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La complicada historia de la isla de Pascua

Paisatge de l'illa de Pasqua.utor: Jaboczw (CC-BY)
Paisatge de l'illa de Pasqua.utor: Jaboczw (CC-BY)

¿Que hay detrás del colapso de la sociedad de la isla de Pascua? Jaume Terradas desgrana en este artículo las diferentes teorías, las evidencias y las reflexiones sobre un tema que ha despertado el interés de científicos de disciplinas muy diferentes. 

Paisaje de la isla de Pascua. Autor: Jaboczw (CC-BY)
Paisaje de la isla de Pascua. Autor: Jaboczw (CC-BY)

El tema del colapso de las sociedades humanas como resultado sobre todo de cambios ambientales y climáticos ha sido ampliamente tratado por Jared Diamond (2005) en un libro un poco polémico. Lo es porque muchos expertos del mundo de las ciencias sociales encuentran que las causas sociales no siempre están suficientemente consideradas, pero también por las incertidumbres que tienen las reconstrucciones históricas cuando hay pocos datos escritos. Alguna crítica que se le ha hecho es seria, como las que se refieren al caso de la isla de Pascua (Rapa Nui), ya que atribuye de manera exclusiva la destrucción del entorno a los indígenas. El argumento principal es la desaparición repentina de las palmeras de especie no identificada que dominaban la vegetación entre el 1200 y el 1400. La idea de que la deforestación fue al menos un siglo anterior a la llegada de los europeos (en 1722) no es original de Diamond, proviene de los palinólogos John Flenley y Sarah King (1984) que detectaron la ausencia de polen de palmeras en parte de un registro lacustre (ya se había visto en muestras recogidas por la expedición de Thor Heyerdahl de 1956) y asociaron a la deforestación el colapso de la cultura de los constructores de grandes estatuas de piedra (moais) hacia mediados del siglo XVI. En un libro posterior, sobre todo en su segunda edición, Bahn y Flenley (2003) expusieron esta tesis, que tuvo mucha aceptación popular.

La isla de Pascua se convirtió en paradigma de los disparates que los humanos podemos provocar en la naturaleza.

Diamond acoge esta versión y defiende que la destrucción ambiental causó un colapso social con hambre, luchas internas, canibalismo y caída demográfica. Pero no tiene en cuenta que el registro original de Flenley era incompleto, seguramente por erosión: faltaba un trozo, aproximadamente entre los 700 y los 500 años antes de ahora (Flenley et al, 1991). Por tanto, no se puede saber si la deforestación fue repentina o gradual.

Algunos arqueólogos y etnógrafos ponen en cuestión el colapso descrito por Diamond, ya que creen que la población de Rapa Nui tiene una historia de cooperación y no de enfrentamientos (p.e. Simpson et al, 2018). Se han sugerido otras causas de colapso: las enfermedades, algunos animales introducidos por los propios polinesios (ratas) o ya, después, por los europeos desde el 1722 (las ovejas, sobre todo, supusieron un impacto brutal en la flora, y los traficantes de esclavos, que trastocaron la demografía y, por tanto, el uso de los recursos, durante el siglo XIX). En todo caso, la deforestación llegó a ser casi total entre 1930 y 1960.

Una deforestación gradual y proveniente de factores humanos, pero también ambientales

Volvamos a la información paleo-ecológica. Los estudios realizados por Valentí Rull (ex-profesor de Botánica de la UAB y ahora investigador del Instituto Jaume Almera del CSIC en Barcelona), y sus colaboradores, indican que hay escenarios diferentes a lo que presenta Diamond con la isla inicialmente cubierta de un bosque que habría sido destruido por malos usos culturales. Para empezar, no es seguro que la isla fuera de inicio enteramente boscosa. Creen que era un mosaico de vegetación en que sólo había bosques galería alrededor de los lagos y en la costa. Este equipo cree (Rull et al, 2013, artículo que fue criticado por Larsen y Simpson Jr. en la misma revista en septiembre de 2014) que se ha producido deforestación gradual y no repentina, amplificada por cambios climáticos.

Rull y su equipo sacando testimonios de sedimentos de la Isla de Pascua. Foto: Olga Margalef (CREAF)
Rull y su equipo sacando testimonios de sedimentos de la Isla de Pascua. Foto: Olga Margalef (CREAF)

La ocupación humana, por amerindios según indica la aparición de una hierba de origen americano de ambientes ruderales dispersada por el hombre, se inició hacia el 450 dC. y con ella empezó una primera deforestación, asociada a incendios. La llegada de navegantes de origen polinesio se pudo producir a partir del siglo VIII o IX, en un período de condiciones más secas y áridas que tuvo lugar entre el 500 y el 1200 dC. No sabemos si la isla se mantuvo poblada en todo el período entre la llegada de los amerindios y la de los polinesios. Este periodo se corresponde con el del colapso de la civilización maya centro-americana hacia el 900.

Estudios de sedimentos en lagos y turberas indican que la deforestación no fue repentina en toda la isla, empezó por la costa y luego avanzó hacia en cotas altas del interior, en algunos casos causada por el fuego.

A partir de 1200, coincidiendo con la pequeña edad del hielo europea, hubo un periodo más húmedo, hasta 1570. Mientras las palmeras se hacían más densas en una parte de la isla, la otra era quemada, probablemente por los humanos. Se han descrito dos episodios de deforestación, uno alrededor del 1200 y el otro hacia 1450 en la zona costera y al menos un siglo más tarde en las zonas de interior. Este fue el período en que se construyeron las grandes estatuas moai (entre el 1200 y el 1500 dC aprox.), durante el cual, al igual que en muchas islas del Pacífico, ya hubo contactos entre rapa-nuis y amerindios, por tanto estos contactos son mucho más antiguos de lo que se había creído y bien anteriores a la llegada de los europeos: lo evidencian los hallazgos de restos de almidón de patatas diversas (Roullier et al, 2013),  en Pascua concretamente de boniato, Ipomoea batatas, especie americana, en dientes humanos del 1330. Los estudios de ADN también confirman contactos con amerindios al menos 200 años antes del inicio de la colonización europea (Rull et al, 2016).

La deforestación continuó hasta 1620 y los pastos se extendieron con la ayuda de un clima nuevo más seco. Hay discrepancias sobre cuando (alrededor del 1600) la cultura moai fue sustituida por la del hombre-pájaro. Hacia 1720, el clima volvió a hacerse más húmedo, pero la vegetación no cambió. En resumen, antes de los europeos la isla era un mosaico de usos y la población se había desplazado de la costa al interior hacia el siglo XVII, como en otras islas del Pacífico. La conclusión es que la deforestación podría haber sido debida a factores ambientales y humanos actuando sinérgicamente (Rull et al, 2016, véase en este mismo blog el comentario de Anna Ramon sobre este trabajo).

Petroglífos con representaciones del hombre pájaro en las rocas de la isla de Pascua. (Foto Wikimedia Commons)
Petroglífos con representaciones del hombre pájaro en las rocas de la isla de Pascua. (Foto Wikimedia Commons)

El papel de los terremotos en la historia cultural de Rapa Nui

Ahora hacemos un nuevo giro. Otros autores que se han interesado por las islas del Pacífico han dicho que, entre los años 1250 y 1300, los procesos repentinos de disminución de la demografía, degradación del suelo y merma de recursos de muchas islas podrían haber sido originados por la erupción del Samalas en 1257 y que la del Kuwae, en 1450, podría haber originado el fin sincrónico de las grandes expediciones indígenas a través del Pacífico. Los tsunamis también deben haber afectado a las sociedades costeras y marineras de la región.

Aún nadie había sugerido que fenómenos naturales episódicos como las erupciones volcánicas o tsunamis podrían haber jugado un papel de moduladores en el caso concreto de la historia ambiental y social de Rapa Nui.

Esto es lo que propone un trabajo de un equipo de Jaume Almera y del CREAF (Margalef et al, 2018). Los autores calculan, por ejemplo, la recurrencia de tsunamis importantes en Rapa Nui en menos de un siglo. Uno de los argumentos principales para argumentar una crisis social y política en Rapa Nui era que los moais estaban tumbados en el suelo cuando llegaron los europeos. En 1960 el tsunami causado por el terremoto de Valdivia  levantó las estatuas tumbadas y las movió algunos metros adentro. Si las estatuas hubieran estado de pie muy probablemente el sismo las hubiera tumbado.

Terremotos de igual fuerza tienen un período de recurrencia en Chile de unos 385 años, siendo el precedente con efectos similares uno de 1575, documentado por los conquistadores españoles (Cisternas et al, 2005). Hay, pues, razones para considerar a los terremotos y no, o no sólo, a los indígenas o a los europeos, como un factor posible de incidencia en la historia de los cambios culturales a Rapa Nui.

En resumen, las investigaciones de los naturalistas catalanes en Rapa Nui proponen que: 1) La vegetación original de la isla podría haber sido un mosaico con dominancia de palmeras sólo alrededor de lagos y de la costa, a diferencia de la hipótesis de Flenley aceptada por Diamond en que se plantea una isla inicialmente cubierta por palmeras. 2) Los cambios climáticos del Pacífico central (también descritos en otras islas), que fueron sincrónicos a lo que se ha definido en Europa como óptimo climático medieval y pequeña edad del hielo, produjeron cambios en la precipitación que pudieron amplificar los efectos de la acción humana; 3) Es indudable que la actividad humana perturbó la vegetación, pero quizás ni más ni menos que en otras islas del Pacífico (o que en zonas de Europa, aunque aquí, al no tratarse de un sistema tan reducido (Rapa-Nui una isla del tamaño de la de Manhatann rodeada de miles de kilómetros de mar), las consecuencias no podían ser las mismas. Aunque en la isla se sucedieron cambios de paisajes y de tradiciones culturales, estamos hablando de una comunidad muy resiliente, que ha mantenido población y cultura hasta el día de hoy.

Los Rapa Nui probablemente cambiaron el paisaje de la isla para siempre, pero la imagen de los "salvajes insensatos" que consumieron los recursos hasta terminarlos no parece merecida.

Fue mucho más catastrófica la llegada de los europeos con rebaños de cientos de ovejas y, después, la de los barcos esclavistas. Pero, naturalmente, aún queda mucho por comprender y muchos interrogantes abiertos.

Vista del paisaje de la Isla de Pascua. Foto: Olga Margalef (CREAF)
Vista del paisaje de la Isla de Pascua. Foto: Olga Margalef (CREAF)

Los negreros, motivo incuestionable de colapso de la cultura Rapa Nui

Y ahora hacemos todavía otro giro. Los naturalistas no podemos olvidarnos de  los eventos catastróficos repentinos de causa humana. En esta historia de Rapa Nui, además de los estudios que he resumido de manera muy superficial, tenemos que poner otro nombre catalán, este por razones menos honorables (sigo Padilla 2017; véase también Muray 2009): se trata del de Juan Maristany y Galceran, de Masnou, que fue conocido en Pascua, y recordado durante generaciones, como Marutani. Operaba desde el Callao y en diciembre de 1862 organizó una flota de ocho barcos para capturar esclavos. En Rapa Nui, atrajo la población con el señuelo del comercio y atacó a sangre y fuego, quemando casas, destrozando cultivos y asesinando. En tres días fueron capturados 1.407 esclavos, incluidos sacerdotes y autoridades. Maristany continuó la campaña por otras islas. Uno de los barcos fue capturado por los franceses cerca de Tahití y los esclavos devueltos a Rapa Nui. Los otros llegaron al Perú después de medio año. Mientras, sin embargo, el Perú había prohibido la esclavitud y dado orden de arrestar Maristany, que se escapó con la ayuda de la armada española y volvió a Masnou, donde murió en 1914. De los esclavos, a quienes no permitieron desembarcar, no se sabe cuántos fueron devueltos a Rapa Nui, muchos murieron de agotamiento y algunos de los que volvieron, según otras fuentes, estaban infectados de viruela. La población de la isla bajó a sólo 111 personas, la mayoría ancianos y enfermos. De las consecuencias del colapso demográfico y social en el medio no sabemos gran cosa. La población actual (censo de 2017) se ha repuesto hasta 7750 habitantes, de los cuales el 45% se consideran indígenas. Padilla explica que el historiador Francisco Amorós recuperó otro nombre catalán ligado a Rapa Nui: Antoni Pujador. Fue, al contrario que Maristany, un defensor de la cultura local y aceptado en el consejo de ancianos. Está enterrado allí. Esto compensa un poco nuestro papel en la isla.

Que la captura de esclavos terminó con culturas enteras en África y otros lugares, no es dudoso. Ha sido un factor de colapso incuestionable que no podemos desterrar buscando explicaciones en el clima, los tsunamis o la mala gestión.

Maristany no fue el único traficante de esclavos catalán, ni mucho menos, ni tampoco el primero. Según Gustau Nerín (2017), los hubo que hacían el negocio llevando negros africanos a Cuba y Brasil o a la isla de Reunión, como los hermanos Rovira, de Vilanova, Jaume Pintó, Bartomeu Joan Estapé (de Masnou, como Maristany, y no es extraño porque en Masnou había en aquellos tiempos algunos cientos de capitanes, aunque sólo de 8 se sabe seguro que fueran negreros). Empleaban marineros chinos y filipinos. Además de esclavos, traficaban con azúcar y ultramarinos. Operaron hasta el inicio de la guerra de Cuba, aunque, en el siglo XIX, a partir de 1821, el tráfico de esclavos ya estaba prohibido y a veces tenían algún susto con los ingleses. Pero gozaban de protección más o menos encubierta y tenían establecida una relación con los caciques africanos del golfo de Guinea para que, al llegar los barcos, ya tuvieran la «mercancía» en almacenes en el puerto y así poder embarcar enseguida a aquellos desgraciados y zarpar.

La prohibición hizo subir el precio, como es habitual. De este modo, se hicieron grandes negocios y el dinero se invirtieron en la industria y en casas espléndidas.

Según Nerín, en Cataluña los negreros eran respetados y no hubo ningún movimiento abolicionista significativo. En España hubo otros traficantes de esclavos, los catalanes eran una cuarta parte. Se ha tachado de negrero al marqués de Comillas Antonio López y López, armador cántabro afincado en Cataluña que multiplicó el negocio cuando se hizo con el monopolio del correo y transporte de tropas y material a Cuba durante la guerra. Emparentó vía matrimonio con los Güell. De este señor se ha dicho de todo, a favor y en contra, y su estatua en Barcelona aparece y desaparece según el clima político.

Portadas de dos de los libros que ilustran estas historias.
Portadas de dos de los libros que ilustran estas historias.

La evolución cultural provoca cambios no intencionados, a veces enormes

Diamond, que es profesor de geografía y estudió antropología, historia, fisiología, ornitología y ecología, encuentra cinco factores principales de colapso de las sociedades a nivel mundial: cambio climático, vecinos hostiles (supongo que ahí se pueden incluir a los esclavistas), colapso de socios comerciales imprescindibles, problemas ambientales y quiebra en la adaptación a nuevas situaciones ambientales. En casi todos los casos, dice, hay una raíz común, que es el exceso de población (pero no es el caso de los eventos catastróficos, como erupciones, tsunamis o ataques de esclavistas). De las sociedades que comenta las hay antiguas, como la nórdica de Groenlandia, la moai de Rapa Nui, la de los polinesios de la isla de Pitcairn (aquella en la que se refugiaron los rebeldes de la Bounty, la célebre historia narrada en diferentes libros, especialmente la trilogía El motín de la Bounty, de Charles Nordhoff y James Norman Hall, y varios filmes, sobre todo un de 1935 con Charles Laughton y uno de 1962, con Marlon Brando y Trevor Howard que en España se conocieron con el título de Rebelión a bordo), la de los anasazis del suroeste de Norteamérica, la de los mayas de Centroamérica, y otras modernas, como las de Ruanda y Haití, y habla de los problemas de China y de Australia. Hoy, el colapso de las culturas nos preocupa por la extinción de hábitats (pérdida de biodiversidad) y de las culturas indígenas con ellos, y por el miedo de un colapso global debido a la alteración del entorno. En esta perspectiva, Malcolm Gladwell escribió en New Yorker el siguiente comentario en una crítica del libro de Diamond:

La distinción que hace Diamond entre supervivencia social y biológica es crítica, porque demasiado a menudo las mezclamos o suponemos que la biológica depende de la fuerza de los valores de nuestra civilización… El hecho es, sin embargo, que podemos ser respetuosos con las leyes, amar la paz, ser tolerantes y tener inventiva y compromiso con la libertad y creer en nuestros propios valores y, aún así, comportarnos de una manera que es un suicidio biológico.

Creo que, en efecto, este es un punto crucial, más importante que saber hasta qué punto Diamond acierta en todos sus relatos y dejando aparte los eventos catastróficos de la naturaleza: la evolución cultural provoca cambios no intencionados, a veces enormes. Una pequeña innovación puede trastornar la vida de mucha gente y muy lejos. Daré algunos ejemplos de los muchos posibles. 1) El invento del neumático por Dunlop disparó la fiebre del caucho, de terribles consecuencias en el Congo y en Sudamérica, de las que he hablado en otras Apuntes y que encuentra un símil actual en la expansión del cultivo de la palma de aceite y sus efectos ambientales desastrosos en el sureste asiático y, sobre todo, en Indonesia. 2) El hecho de que los turcos en el siglo XV subieran, con la fiscalidad, un 800% el precio de las especies procedentes de la India e impidieran el comercio directo de los europeos con el lejano Oriente fue un motivo que impulsó procesos de importancia capital como, por un lado, el viaje de Colón, que buscaba Cipango (Japón) y sus especies y, por otro, el interés del príncipe portugués Enrique el Navegante para rodear África y llegar a la India esquivando a los turcos, lo que hizo Vasco de Gama en 1498 y consolidó Francisco de Almeida en la batalla naval de Dice de 1509, derrotando a los turcos y sus aliados, lo que dio la ventaja marítima a los europeos los siguientes 400 años, hasta la derrota rusa ante Japón en 1905: tras el tratado de Tordesillas (1494), bendecido por el Papa, la longitud 47 oeste dividió las posibles colonias a las que tendrían derecho portugueses y españoles. Al respecto, véase Ritchie (1981) quien, por cierto, menciona el Mapa Catalán de 1375, basado en el libro de Marco Polo, en el que Europa está separada del «mar de las islas indias de las especies» por la barrera política turca y la barrera geográfica del continente africano, cuyos límites no se conocían hasta que la carabela portuguesa de Bartolomé Dias dobló el Cabo en 1448, aunque Heródoto habla ya de una circunnavegación fenicia de África en el s. V aC. 3) Las constantes mejoras tecnológicas en la comunicación han favorecido mucho el paso de la economía productiva a la especulativa, con efectos globales a menudo devastadores en lugares remotísimos, vistos desde los grandes centros financieros.

Quizás debido al azar catastrófico de la plaga de la filoxera Margalef tuvo la oportunidad de dedicarse a la ecología.

4) Finalmente, la crisis de la filoxera (Dactylosphaera vitifoliae, un afídido fitófago de origen norteamericano que llegó a Europa con cepas de viña americanas) destruyó los viñedos a finales del s. XIX y provocó que muchas familias rurales emigraran, sobre todo hacia Barcelona, que experimentó un fuerte crecimiento demográfico mientras anchos territorios se despoblaban. En el municipio de Capçanes, Priorat, la familia Margalef, una de las más acomodadas, se arruinó por completo. Los abuelos del padre de nuestra ecología, Ramon Margalef, se establecieron en Barcelona.

Dibuix sobre la filoxera publicat a Times l'any 1890. Font: Wikipedia
Dibuix sobre la filoxera publicat a Times l’any 1890. Font: Wikipedia

La idea de Blaise Pascal que la nariz de Cleopatra cambió la historia de Roma y del mundo ha sido ridiculizada por los historiadores «serios» estructuralistas, marxistas y otros, para los que la historia se explica por razones económicas, lucha de clases y otros procesos que, como grandes mecanismos, determinan la evolución de las sociedades, mientras que los acontecimientos azarosos no hacen más que acelerar o retrasar ligeramente los cambios sociales ineluctables. Pero ¿la evolución de la historia es «necesaria», avanza en una dirección? Los occidentales hemos tendido a creer, contra muchos ejemplos históricos de colapsos y retrocesos, que hay un progreso lento pero seguro en la historia, pero el siglo XX supuso un gran cambio: se extendió un sentimiento de inseguridad. Por un lado, la ciencia ofrecía una visión alternativa a la de las viejas religiones sobre el mundo que parecía más lúcida, pero destruía la confianza y la esperanza de compensaciones futuras a los padecimientos actuales que prometían las creencias en la existencia de algo más allá de la muerte.

Por otro, la cultura, la educación, la edificación de instituciones que querían garantizar los derechos humanos y la democracia y acabar con los abusos contra las minorías y las mujeres, con la esclavitud y otros males, no pudieron impedir las grandes confrontaciones bélicas ni la incertidumbre generada por las armas nucleares y la destrucción ambiental. De hecho, la tecno-cultura hizo posible la era atómica y mucha de esta destrucción del entorno. Ya en los inicios de aquel siglo, sucedió lo que las sociedades cultas que habían florecido en Viena o en París habrían encontrado inimaginable. Stefan Zweig lo explica en El mundo de ayer (2001).

A la gente de hoy, que ya hace tiempo borramos del vocabulario la palabra «seguridad» como un fantasma, nos resulta fácil reírnos de la ilusión optimista de aquella generación, cegada por el idealismo, para la que el progreso técnico debía ir seguido necesariamente de un avance moral igual de rápido. Nosotros, que en el nuevo siglo hemos aprendido a no sorprendernos de ningún nuevo estallido de brutalidad colectiva, nosotros, que cada día esperábamos una atrocidad peor aún que la del día anterior, somos bastante más escépticos respecto de la posibilidad de educar moralmente al hombre. (…) Hoy, cuando ya hace tiempo que la gran borrasca lo aniquiló, sabemos definitivamente que aquel mundo de seguridad fue un castillo de naipes. Con todo, sin embargo, mis padres vivieron en él como en una casa de piedra.

En otro lugar Zweig reconoce que no supieron ver, desde aquella Viena culta, lo que se acercaba:

Nunca amé tanto nuestra vieja Tierra como en aquellos años anteriores a la Primera Guerra Mundial; nunca tuve más confianza en la unificación de Europa, nunca creí con más firmeza en su porvenir que en aquel tiempo en que se tenía la sensación de vislumbrar un nuevo amanecer. Pero, en realidad, era el resplandor del incendio universal que se acercaba.

Stefan Zweig (1881–1942)
Stefan Zweig (1881–1942) . Foto: Wikimedia Commons

¿Qué diría Zweig de la situación actual? El brutal crecimiento de las desigualdades en la distribución de la riqueza, que lleva los poderosos a encontrar incómodas las democracias y favorecer dictaduras, con el apoyo de parte de las clases medias hoy abocadas al empobrecimiento, y el aumento de los riesgos ambientales globales, componen un panorama muy complicado. Aún así, siempre hay algunas luces para creer que podemos evitar los desastres de origen humano y mejorar la protección contra los que nos vienen de la naturaleza. El caso de Rapa Nui nos alecciona sobre el entretejido de causas complejas, con cambios ambientales y culturales globales y episodios cortos muy violentos de diversos orígenes que configuran la historia de las sociedades humanas y la de la naturaleza. Todos los procesos históricos son contingentes. En evolución, Monod habla de azar y necesidad y, antes, una visión quizás no demasiado diferente la había dado el filósofo Maurice Merleau-Ponty (1948) al defender que existe una lógica de la historia pero también una contingencia de la historia: nada es absolutamente azaroso pero, al mismo tiempo, nada es absolutamente necesario. La historia de Rapa Nui no parece ser ya el paradigma de nuestra estupidez al destruir la naturaleza sino algo bastante más complejo, pero contiene seguramente una lección que nos conviene asimilar y que todavía no se ha desentrañado del todo.

Agradecimientos

Para el tema de la isla de Pascua, he contado con la ayuda inestimable de Olga Margalef, que me ha aclarado muchos puntos. También quiero agradecer la contribución, en todos los Apuntes anteriores a este, de Albert Naya en la selección y preparación de imágenes y otros aspectos. Esta tarea la ha hecho por el presente trabajo Ana Ramón, a quien también se lo agradezco.

 

Referencias

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