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Reflexiones sobre la selección de grupo

Darwin introdujo la idea de que la selección podría no actuar sólo a nivel de los individuos sino también a otros niveles. Era una extensión lógica de su teoría. 

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Concurso de castells de Tarragona 2016. Autora: Sheila Hardie (CC BY-SA 4.0)

El neodarwinismo genocéntrico dejó muy de lado la selección de grupo y encontró con Hamilton un modelo que ayudaba a entender los insectos sociales sobre la base de relaciones genéticas (selección de parentesco). Posteriormente, el tema de la selección de grupo y a otros niveles (holobionte, comunidad, ecosistema) se ha reavivado.

Un trabajo que se acaba de publicar (Falgueras-Cano J., Carretero-Díaz J.M., Moya A. (2017). Weighed fitness theory: an approach to symbiotic communities. Env. Microb. Reports 9 (1): 44-46) propone un interesante modelo que parte del modelo de Hamilton para la selección de parentesco y del de Wilson y Wilson para la selección de grupo. El modelo se basa en que la fitness de cada individuo tiene dos componentes, uno que contribuye a la propia fitness y otro que lo hace a la del grupo, y está sometido a una presión de selección a nivel del individuo y otra que actúa a nivel del grupo.

El altruista incrementa la fitness de los otros miembros del grupo y ve incrementada la propia por el altruismo de estos.

De una manera sintética, cuando la presión selectiva es muy fuerte a nivel de los individuos estos responden con un comportamiento egoísta, mientras que cuando lo es la selección de grupo favorece el altruismo. El altruista incrementa la fitness de los otros miembros del grupo y ve incrementada la propia por el altruismo de estos. Pero si la presión sobre el individuo es mayor que sobre el grupo es el egoísta quien se ve beneficiado por los altruistas. El modelo ayuda a entender la cooperación sin necesidad de introducir el parentesco y es un avance sólido para la teoría de la selección multi-nivel. Los autores también abordan el tema de la simbiosis. En un ambiente que se mantiene, las adaptaciones se hacen más rígidas y la simbiosis se fija.

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Manifestación en Barcelona el pasado 17 de febrero bajo el lema «Queremos acoger». Autor: Ajuntament de Barcelona (CC BY-ND 2.0)

En las sociedades animales, incluidas las nuestras, hay situaciones más complicadas. En los humanos, el comportamiento no está fijado como en una colonia de insectos eusociales. Como en otras sociedades animales, coexisten en las humanas comportamientos egoístas y altruistas. Se compite a nivel individual por los recursos, pero también hay competencia entre grupos y, cuanto más cohesionado está el grupo, mejor compite. La cohesión depende de los vínculos entre individuos —relaciones familiares y de afecto, orígenes comunes (de nacimiento, educación, barrio, etc.), raza, idioma o dialecto, creencias religiosas o políticas, vinculaciones laborales, afecciones (deportes, hobbies), comunicación en red, etc. —. Entre parejas de individuos, los vínculos pueden ser positivos o negativos.

Los individuos, movidos por sus intereses personales, tratan de introducir mecanismos de cohesión forzada en los grupos (hacer que los demás confundan los intereses de algunos con los del colectivo).

Cuando se considera la red de vínculos entre los individuos de un grupo, la cohesión de éste será mayor cuanto mayor sea la proporción de vínculos positivos. Los grupos sociales, tanto si funcionan sobre bases democráticas como dictatoriales (pueden ser sectas o mafias), construyen estructuras de cohesión a lo largo de su historia (tradiciones, códigos jurídicos, idioma, creencias, castigo a los individuos «insolidarios» con exclusión social o, incluso, eliminación física de los «traidores»…) para aumentar la cohesión. También se emplean instituciones, como la escuela, la iglesia o el ejército.

Estas estructuras de cohesión son fenómenos emergentes. No están en los genes ni en los individuos, pero se transmiten culturalmente entre generaciones. Los individuos se pueden sentir más o menos integrados con la «cultura» del grupo y su comportamiento puede ir desde el alejamiento y la «traición» hasta el sacrificio en su defensa. Los individuos, movidos por sus intereses personales, tratan de introducir mecanismos de cohesión forzada en los grupos (hacer que los demás confundan los intereses de algunos con los del colectivo). En el otro extremo, algunas sociedades se han basado en la abolición de los intereses y derechos individuales.

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El ‘Proyecto Castor’ ha sido un ejemplo de cómo  los intereses personales han pasado por delante de los del colectivo. Además de los 1.350 millones de euros, en 2016 se sumaron otros 295 como compensación. Fuente: El País

Las sociedades grandes siempre contienen grupos diferenciados. Las migraciones hacen que se formen sociedades en que coexisten grupos muy diversos de individuos, cada uno con sus propias estructuras de cohesión. La pervivencia de las características de un grupo en estas condiciones depende de su posición en relación a otros grupos coexistentes, de accidentes históricos, de la fuerza de las estructuras de cohesión. Esto explica que el mayor poder de las estructuras de cohesión de Roma permitiera la asimilación cultural de los bárbaros que habían vencido o que los judíos o los gitanos hayan mantenido su identidad en muchos países diferentes a lo largo de los siglos.

Ya estamos presenciando los primeros intentos torpes de reforzar la cohesión poniendo barreras a los movimientos de población, expulsando inmigrantes o eliminando individuos por razones étnicas o religiosas y exaltando los nacionalismos de todo tipo.

Siempre es peligroso transferir modelos de una ciencia a otra y Falgueras-Cano et al. no lo hacen. Sin embargo, su modelo es sugestivo. En una sociedad humana, los individuos compiten por recursos con sus propiedades (salud, situación social de partida, formación, empuje, codicia, falta de escrúpulos, etc.) y su éxito se mide en la posición que alcanzan dentro de la red social jerarquizada (dinero, poder, prestigio, hijos); no se puede reducir todo esto a la selección genética, pero hay una presión competitiva actuando sobre el nivel individual. Una sociedad dominada por la codicia individual llevaría a la tragedia de los comunales (me lo quedo yo porque, sino, lo hará otro), donde el individualismo lleva al agotamiento del recurso.

A nivel de grupos, la fitness incluye el grado de cohesión, que los sociólogos han tratado de medir a partir de varios conjuntos de indicadores. No son impensables modelos a partir de complejos de indicadores sintetizados en un índice de capacidades individuales, uno de cohesión social, uno de presión sobre los individuos (en buena parte determinado por las condiciones económicas) y uno de presión sobre los grupos (ligado a las relaciones alianza-conflicto con la constelación de grupos que lo rodean y de la accesibilidad a los recursos).

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Tijuana, a la derecha, y San Diego separados por una cerca. Autor: Gordon Hyde

El interés de un modelo de este tipo sería el de entender los procesos de cambio en la cohesión social y sus consecuencias, un tema hoy del máximo interés. Ya estamos presenciando los primeros intentos torpes de reforzar la cohesión poniendo barreras a los movimientos de población, expulsando inmigrantes o eliminando individuos por razones étnicas o religiosas y exaltando los nacionalismos de todo tipo. Una solución mejor sería reforzar estructuras de cohesión basadas en nuevos parámetros, la solidaridad y la tolerancia y no la «pureza» étnica, religiosa o lo que sea, y que de algún a modo se regule la codicia en unos niveles moderados, controlando la actual tendencia al incremento de la desigualdad que lleva al colapso del sistema.

De la naturaleza en general no se ha de aprender sólo la lucha física para sobrevivir contra otro, sino también la cooperación, el mutualismo, la simbiosis.

En la naturaleza humana hay tanto tendencias al individualismo como respuestas empáticas a los problemas de los demás. De la naturaleza en general no se ha de aprender sólo la lucha física para sobrevivir contra otro, sino también la cooperación, el mutualismo, la simbiosis. Ya lo decía Kropotkin, y ahora esto es más urgente que nunca. Pero sin caer en el idealismo peligroso de ignorar que la pulsión individualista, igualmente natural en nosotros, es motor de iniciativa y creatividad. Sobre todo ello, recomiendo el libro de Frans de Waal La edad de la empatía, Tusquets ed., 2015, Barcelona.

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