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Sobre mentiras y castigos 

Jaume Terradas escribía hace unos días acerca de las mentiras, las pseudoverdades, su ubicuidad en la naturaleza, y sus connotaciones éticas. Su escrito es oportuno, completísimo y en mi opinión certero. Con su permiso me permito un par de reflexiones adicionales. El tiempo que vivimos nos lleva a trasladar al espacio de los bits las conversaciones que tantas veces hicimos en la puerta del despacho.

Uno de los ejemplos de las reiteraciones del pensamiento es el póker. Crédito: Public Domain.
Uno de los ejemplos de las reiteraciones del pensamiento es el póker. Crédito: Public Domain.

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Algunos estudiosos afirman que la esencia de la psicología humana radica en el juego de engañar y descubrir la mentira. Eso tendría que ver con la conocida definición de inteligencia que se basa en que yo, como interlocutor, sé lo que está pensando mi oyente sobre la idea que estoy transmitiendo, en un juego recurrente de pensamientos cruzados. Lo normal es que cuando hablamos con alguien, deduzcamos lo que otra persona está interpretando de nuestras palabras. Se tratría de tres reiteraciones de los pensamientos. Pocas personas pueden hacer cuatro de esas reiteraciones, y muchas menos personas, cinco.  Juegos de gran éxito, como el póker, están basados en este principio. Evidentemente, estas afirmaciones  y definición de inteligencia son una gran simplificación. Las ciencias del comportamiento y la psicología han refinado mucho estos conceptos y el conocimiento en estos campos ha avanzado enormemente. Por tanto, estas reflexiones son a todas luces superficiales. No obstante, sirven para ilustrar una idea básica: la mentira y su desvelamiento son indisociables. 

Las sociedades humanas se basan en la colaboración. Eso implica altruismo, realizar una inversión de nuestros recursos ayudando al vecino sin que el retorno de la inversión sea evidente.

Las sociedades humanas, como las de otros seres vivos, se basan en la colaboración. Eso implica altruismo, realizar una inversión de nuestros recursos ayudando al vecino sin que el retorno de la inversión sea evidente (lo cual no quiere decir que no exista). Puede haber un retorno diferido en el tiempo -«ayuda y te ayudarán»- e, incluso, a tan largo plazo que solo lo percibirá tu descendencia, » tus nietos te lo agradecerán». El retorno de la inversión realizada también puede ser transferido a otro tipo de beneficio, por ejemplo, emocional -«dormir con la conciencia tranquila -.

En cualquier caso, como cualquier inversión, la colaboración tiene su riesgo, y el beneficio es incierto. Por tanto, lo más normal es que haya aprovechados del esfuerzo ajeno sabiendo que ellos no están comprometidos con el retorno (en definitiva, el típico gorrón). De aquí a la mentira sólo hay un paso muy pequeño. Así que no puede existir una sociedad humana perfectamente altruista, por la sencilla razón de que la primera persona que se le ocurra engañar tendrá el éxito asegurado en un conjunto de personas en el que todas las demás actúan de buena fe.

El cuco común es un pájaro de comportamiento parásito, ya que pone sus huevos en los nidos de otros pájaros para que se los incuben. El cuco polluelo nacerá antes que los huevos legítimos y los eliminará para recibir él solo todas las atenciones. Crédito: Public Domain.
El cuco común es un pájaro de comportamiento parásito, ya que pone sus huevos en los nidos de otros pájaros para que se los incuben. El cuco polluelo nacerá antes que los huevos legítimos y los eliminará para recibir él solo todas las atenciones. Crédito: Public Domain.

Pero igual que no puede haber una sociedad plenamente altruista, tampoco puede haber una sociedad en la que todos engañen: sería impredecible, no podrían establecerse colaboraciones y el sistema social se desvanecería en comportamientos individuales. En el mundo animal, si una presa consigue engañar siempre al depredador gracias a su camuflaje, este se moriría de hambre. A no ser que acabe buscando otra especie presa que no sea capaz de engañarle, la cual a su vez se acabaría extinguiendo.  Esto no suele pasar porque en la naturaleza interactúan muchas especies, con sus diferentes tácticas de engaño, y existen múltiples maneras de conseguir recursos.

El castigo, un antídoto para las mentiras 

El cemento social se basa en colaborar y en establecer mecanismos para descubrir a los mentirosos. Y a continuación, castigarlos para que el coste de mentir no compense el beneficio de la mentira. Es la esencia de la novela negra y su universalidad explica el éxito de este género literario, al menos en parte. En otras palabras, no existe la mentira sin su desvelamiento y castigo. Son inseparables, como en un juego dialéctico en el que la síntesis fuera la convivencia de los dos, con las alertas y castigos persiguiendo a las mentiras en una versión de la carrera de la Reina Roja de Alicia en el País de las Maravillas -un símil ampliamente usado en la teoría evolutiva-. Obviamente, cuantas más mentiras, y más atrevidas sean, más fácil es descubrirlas, y eso activa las alertas y los mecanismos de castigo. Podríamos decir que se genera un bucle de retroalimentación negativo que ajusta el sistema altruismo-engaño, el cual, sin control, podría acabar extinguiéndose, como hemos explicado.

Ixión, José de Ribera (1632). El centauro Ixión intenta suplantar a Júpiter para encamarse con su mujer y es castigado en una rueda para toda la eternidad. Durante años, este cuadro formó parte de la colección del Palacio del Buen Retiro, probablemente para transmitir el miedo a los castigos. Crédito: Museo Nacional del Prado.
Ixión, José de Ribera (1632). El centauro Ixión intenta suplantar a Júpiter para encamarse con su mujer y es castigado en una rueda para toda la eternidad. Durante años, este cuadro formó parte de la colección del Palacio del Buen Retiro, probablemente para transmitir el miedo a los castigos. Crédito: Museo Nacional del Prado.
La reconstrucción del mundo que hace la psique es cualquier cosa menos objetiva y difícilmente separable de la conveniencia de cada uno.

Vivimos una época en la que las mentiras, y las pseudo-verdades, se pueden construir y propagar masivamente. Entonces, se ponen en marcha los mecanismos de alerta, como el escrito de Jaume Terradas. Rápidamente se ha acuñado el término de «fake-news». Surgen plataformas en la red para ponerlas al descubierto. Los medios de comunicación convencionales se hacen eco constantemente de ellas. El hecho de que sea inevitable que surjan esas iniciativas de alerta, no disminuye para nada su importancia. Así y todo, no siempre es fácil identificar si se trata de engaño con mala fe o mera ignorancia. La reconstrucción del mundo que hace la psique es cualquier cosa menos objetiva y difícilmente separable de la conveniencia de cada uno. Los engañadores siempre han utilizado esta reconstrucción hecha por uno mismo como una coartada de sus actos. Después de la alerta, tiene que llegar el castigo. Si no, el coste de la mentira no sería otro que el de su elaboración y difusión. Salvo en casos dramáticos o con perjuicio económico, nuestra sociedad suele preferir el desprestigio social. Al fin y al cabo, aplicar castigos también tiene su coste.

Verdades y creencias

Pero cabe preguntarse por qué siguen teniendo éxito las fake news o las pseudoverdades después de ser desveladas. Obviamente, el descubridor del engaño puede ser parte interesada y, por lo tanto, a priori generador de otra mentira. La cosa se va complicando, como en las novelas de espías. Pero en realidad a muchas personas no les interesa la verdad como un hecho objetivo. Prefieren su propia percepción de la realidad, obviamente sesgada. La verdad se transforma en creencia, y viceversa, la creencia se hace verdad.

Las actitudes sin contraste racional, como las antivacunas, se basan en gran medida en sesgos de confirmación, en los que se acepta como cierto lo que se pre-considera como tal.

Estos días oímos a algunas personas decir que no piensan vacunarse de la CoVid por que no «creen» en las vacunas. Evidentemente, ante ese posicionamiento la argumentación racional basada en hechos contrastados no lleva más que a una reafirmación de las posiciones. Estas actitudes sin contraste racional se basan en gran medida en sesgos de confirmación, en los que se acepta como cierto lo que se pre-considera como tal. Estos sesgos se refuerzan con las redes sociales, las cuales rápidamente se compartimentan en grupos que piensan igual y retroalimentan su opinión. Los científicos, las científicas no están exentos de estos sesgos, pero como abominan de una ciencia basada en creencias, acaban venciéndolos. Yo mismo he dedicado mi carrera científica a trabajar en temas que consideré triviales o extravagantes la primera vez que oí hablar de ellos: la biodiversidad, el cambio climático. Y estoy razonablemente satisfecho de haber cambiado de opinión, cuando las evidencias me mostraron nuevos conocimientos que merecían ser aprendidos.

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