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El destino de los bosques: ganar tiempo

¿Cuál es el futuro que esperan los bosques mediterráneos? El cambio climático ya se deja notar con fuerza y sus impactos llegan a muchas partes. Francisco Lloret cuenta la situación actual y cómo tendremos que prepararnos nosotros y los bosques a los cambios que están por venir.

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Para Craig y Seva.

Craig Allen es un buen amigo que se ha hecho famoso. En 2010 publicó una recopilación de 88 casos recientes de mortalidad masiva de árboles en bosques en todo el mundo. Desde entonces el tema se ha convertido en un trending topic de la literatura científica ecológica. Es así porque hay evidencias de que esa mortalidad tiene que ver con el cambio climático, ya que coincide con episodios severos de sequía o de olas de calor. Además, no es particular de una región, sino que el fenómeno se extiende por los diferentes biomas, desde los bosques tropical a los boreales pasando por los templados y mediterráneos.

Clariana al bosc causada pel decaïment de l’avet al Pirineu d’Osca. Autor: Francisco Lloret
Claro en el bosque causado por el decaimiento del abeto en el Pirineo de Huesca. Autor: Francisco Lloret

En nuestro entorno, lo observamos en pinares de pino albar, laricio y carrasco, en pinsapares y en abetales, en encinares y alcornocales. También en matorrales mediterráneos, a pesar de su adaptación a condiciones más áridas. Se han producido mortalidades generalizadas en formaciones arbustivas del Levante, Monegros y Andalucía, en consonancia con lo que pasa más lejos, en el chaparral de California. Las formas de este decaimiento también son variadas. En algunos casos, como en la encina, las hojas se vuelven marrones y caen, pero los árboles rebrotan cuando vuelven las lluvias, a no ser que se encuentren en suelos esqueléticos. En otros, como en la sabina negral o en Nothofagus de la Patagonia andina, la pérdida de hojas afecta principalmente a algunas ramas que quedan completamente secas. En muchas coníferas, como abetos, pinos y pinsapos, muere todo el árbol en pocos años.

Pero las cosas raramente son sencillas en la naturaleza. Aunque a menudo vemos una señal climática de sequía, ésta puede corresponder a un evento muy concreto, como el verano de 2003 que causó una pérdida de la cubierta forestal en el oeste y centro de Europa y con ello una disminución del 30% en la producción primaria bruta de Europa en aquel año. Fue el mismo episodio al que se han atribuido decenas de miles de muertes de personas en toda Europa, particularmente en Francia.

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Índice de verdor de la vegetación (NDVI) en el mes de agosto en Europa occidental obtenido por satélite durante la ola de calor de 2003 (arriba), y en los tres años anteriores (abajo). Jordi Margalef

Estos episodios de mortalidad forestal pueden también ocurrir después de periodos más prolongados de sequía, como en el caso del pino albar de la Sierra de Prades, en Tarragona, o de los matorrales de la depresión del Ebro. En ocasiones la sequía se combina con temperaturas invernales muy bajas, como pasó en Doñana en el año 2005. Precisamente el SE peninsular arrastra un periodo prolongado de sequía y este invierno ha experimentado temperaturas gélidas: cabe preguntarse qué representará esta combinación para los matorrales termófilos que viven allí.

La distribución espacial de la mortalidad también es variada. En los bosques de Pinus edulis del SO de Norteamérica, en los oaklands y chaparrales de California, en las sabanas de eucaliptus de la Australia, las superficies afectadas cubren cientos o miles de kilómetros cuadrados. En Europa, las extensiones no son tan grandes y los porcentajes de árboles muertos son menores, quizás porque aquí tenemos paisajes más fragmentados y bosques relativamente jóvenes. Por ejemplo, un contacto entre una roca fisurada —en la que las raíces pueden penetrar— y una roca compacta puede marcar la diferencia entre mortalidades superiores al 75% e inferiores al 25%, como observamos en encinares de la Serralada Prelitoral de Catalunya en la sequía de 1994.

De hecho, a menudo la sequía no es el único factor causante de estos episodios de mortalidad. En muchos casos, los factores que conducen a estos episodios de mortalidad son múltiples y varían de un lugar a otro. Eso contribuye a explicar la variedad de casuísticas que observamos. Por tanto, muchas veces es difícil atribuir a primera vista la contribución de los diferentes agentes a la mortalidad de los bosques.

Mortalitat de Pinus edulis en New Mexico causada per la sequera de 2001-2007 en combinació amb l’atac d’insectes escolítids. Autor: Francisco Lloret
Mortalidad de Pinus edulis en New Mexico causada por la sequía de 2001-2007 en combinación con el ataque por insectos escolítidos. Autor: Francisco Lloret

Hay fitopatólogos que afirman que la principal causa de muerte de los árboles es el ataque de insectos, hongos y otros patógenos, dejando aparte la acción humana o las perturbaciones naturales. No es infrecuente que estos ataques se combinen con el clima, y en particular con las condiciones de sequía. Un árbol que sufre estrés por falta de agua verá disminuidas sus defensas ante el ataque de los insectos. Y viceversa, una árbol sano cuyas defensas son traspasadas por el patógeno será más vulnerable a las condiciones de estrés provocadas por la sequía. Estas interacciones entre el clima y las plagas y patógenos pueden ser complejas, por ejemplo porque se ven moduladas por la variabilidad del clima a lo largo de varios años. Pueden ser incluso contraintuitivas. A los hongos que provocan el decaimiento en los alcornoques de Andalucía y Extremadura les va bien las condiciones de humedad, pero los años de sequía también matan a los árboles.

Ante esta gran variedad de situaciones y factores que contribuyen a la mortalidad forestal podríamos pensar que no somos capaces de predecir lo que les pasará a los bosques, al menos por lo que se refiere al cambio climático. A veces se dice incluso que ante la incerteza científica lo mejor es seguir como si no pasara nada. Pero este postulado es engañoso porque, como en tantas argumentaciones de poco fundamento, se toma la parte por el todo. La incerteza no es un absoluto. Podemos desconocer si el bosque que tenemos delante de casa sufrirá una plaga de aquí a diez años, pero sabemos con muy poca incerteza que experimentará en un futuro próximo condiciones de temperaturas altas, y que no vendrán acompañadas por más lluvias regulares, al menos en nuestro entorno geográfico. Tenemos muy pocas dudas de que nuestros descendientes vivirán en un clima más árido en estas latitudes.

Eso es importante para la gestión forestal porque los bosques son sistemas que tardan en crecer. El funcionamiento de los bosques resultante de la gestión actual tendrá lugar en un contexto climático diferente del presente. Por tanto, no tiene mucho sentido planificar asumiendo las condiciones climáticas actuales. Lentamente, esta idea tan simple, pero tan de difícil de ejecutar, va calando en las personas y los sectores implicados.

Mortalitat de roures causada per l’onada de calor de 2003 al centre de França. Autor: Francisco Lloret
Mortalidad de robles causada por la ola de calor de 2003 en el centro de Francia. Autor: Francisco Lloret

Por tanto, si a nivel regional los bosques del futuro vivirán en condiciones de mayor aridez, su permanencia está comprometida. Todos sabemos que las plantas necesitan agua para vivir. Si no llueve y no regamos las macetas, las plantas del balcón se mueren. A nadie puede extrañar que en una región, como la mediterránea, que está colindante a regiones semidesérticas sin bosques extensos, si la aridez aumenta, los bosques dejarán de existir, al menos de forma generalizada. Es un hecho conocido por los biogeógrafos que los bosques viven en regiones que no son excesivamente secas ni frías. Las predicciones de cara al futuro indican que las condiciones climáticas necesarias para que vivan los árboles serán poco probables en muchas zonas de la península ibérica. La evidencia científica dice que en un futuro a medio plazo  —hablamos de unas pocas generaciones humanas—, habrá menos bosques en nuestro entorno. Ese es el destino de nuestros bosques.

¿Qué podemos hacer si nuestros bosques están condenados a desaparecer? Lo primero, es tomar conciencia. Estaremos mejor preparados emocionalmente y podremos positivizar la situación. Por ejemplo, muchos bosques serán reemplazados por matorrales, que necesitan menos agua. Los matorrales tienen cierta mala fama y se ha hablado de ellos como de paisajes degradados. Algunos efectivamente son resultado de acciones humanas poco respetuosas y reflejan el afán de la vegetación para persistir envuelta en derrumbes y basuras.

Pero muchos matorrales son ricos en biodiversidad. Las formaciones vegetales por antonomasia de las diferentes regiones mediterráneas del mundo son matorrales riquísimos en especies. Tendremos que aprender a ponerlos en valor. Sobre todo por razones prácticas, por que proporcionan servicios esenciales como la protección del suelo y la regulación de los flujos de agua, igual que hacen los bosques. Sabemos que el proceso clave que conduce a las mayores pérdidas de funcionalidad de los ecosistemas terrestres es la pérdida de la cubierta vegetal, no importa tanto si es arbórea o arbustiva.

Mortalitat de pi blanc  deguda a la sequera en repoblacions de Murcia atacades per processionària. Autor: Francisco Lloret
Mortalidad de pino carrasco causada por sequía en repoblaciones de Murcia atacadas por procesionaria. Autor: Francisco Lloret

Lo siguiente a tener en cuenta es que los bosques se pueden mantener en enclaves con climatología local más húmeda o en suelos que retienen más agua, aunque en el conjunto del territorio haya pérdida de cubierta forestal. No obstante, la composición de especies y la densidad de árboles serán diferentes de las actuales en muchos de los bosques que persistirán. En otras palabras, tenemos que pensar en una gestión integrada de los bosques en el paisaje del futuro, maximizando las posibilidades que ofrece la heterogeneidad del territorio y el conocimiento que tenemos de cómo funcionan los bosques. Ahora se trataría de no tomar el todo por la parte.

Por supuesto, también nos podemos plantear regar los bosques, aunque no sea de forma generalizada. Esta idea puede parecer descabellada, pero tecnológicamente sería una niñería comparada con la construcción de otras infraestructuras que se ejecutan en el territorio. Sabemos que ha funcionado en tiempos históricos cuando vemos en las Alpujarras unos castañares en vertientes imposibles donde los pobladores árabes construyeron acequias. Al menos podríamos incorporar la idea en la agenda y dimensionar su viabilidad, teniendo en cuenta que el agua será más escasa.

Así y todo, muchos bosques están condenados a desaparecer debido al cambio climático, probablemente ayudado por incendios y plagas. Ante ese destino podríamos cruzarnos de brazos con el argumento de que es irremediable. Pero esta no es la actitud de la mayoría de ecólogos y forestales. Sí que podemos hacer algo: ganar tiempo. Puede parecer una actitud resignada, pero en realidad es bastante más. Al fin y al cabo es a lo que se dedican los médicos. La medicina básicamente busca retrasar el momento de la muerte inexorable, y bien que lo valoramos —a no ser que esa prolongación de la vida comporte sufrimiento.

Mortalitat de suredes al Parque Natural de los Alcornocales (Càdis) en anys de sequera en arbres atacats per Phytophtora. Autor: Francisco Lloret
Mortalidad de alcornoques en el Parque Natural de los Alcornocales (Cádiz) Phytophtora en años de sequía en àrboles atacados por Phytophtora. Autor: Francisco Lloret

Ganar tiempo nos puede permitir varias cosas. Por un lado, procurar la adecuación de los bosques a la heterogeneidad del territorio, como se ha explicado. Además, podemos gestionar los bosques para favorecer su resiliencia ante detonantes climáticos —como los episodios de sequía—, conforme se vayan haciendo más frecuentes e intensos. De hecho, observamos que muy a menudo los bosques se recuperan después de esos episodios, al menos a corto plazo. Los árboles afectados rebrotan y hay nuevos individuos que ocupan el espacio de los muertos. En el conjunto del ecosistema forestal hay por tanto una recuperación del dosel vegetal, aunque sea a costa de especies diferentes de las anteriores. También se recupera la producción y el reciclaje de nutrientes. Si aprendemos más sobre estos mecanismos de recuperación —por ejemplo determinando qué factores los favorecen—  y somos capaces de aplicar ese conocimiento, facilitaremos la permanencia de los bosques.

Craig Allen ama los bosques y se emociona viendo cómo las sociedades los reverencian. Piensa que muchos de esos bosques santuario están en riesgo de desaparecer y si los perdemos, los humanos también perderemos parte de nuestra identidad. Seguramente tiene razón y podemos hacer muchas cosas antes de resignarnos.

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