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Los bosques en su laberinto: gestión forestal y conservación de la biodiversidad

Cuarta entrega de la sección Festina Lente, del investigador Francisco Lloret. En esta explica las diferentes dimensiones de compaginar la gestión forestal con la conservación de la biodiversidad.

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Para Jordi i Lluís

Annie Proulx ha publicado recientemente un libro (El bosque infinito, “Barkskins” en el original), en el que relata la destrucción de los bosques de la costa este de Norteamérica desde la llegada de los europeos. Utiliza dos linajes de colonos que se entrecruzan entre sí y con las poblaciones nativas para ilustrar dos formas de relacionarse con el bosque. Una explota la madera y sus derivados siguiendo el modelo capitalista. La otra se acerca al bosque de una forma intuitiva, reconociéndole una personalidad propia. En las últimas generaciones de esos linajes, los personajes adquieren conciencia del valor de conservar los bosques, ya sea para poder mantener su explotación o para salvaguardar esa personalidad.

El relato refleja la encrucijada en la que nos encontramos, ya que en los bosques confluyen múltiples intereses, ya sean particulares o del común de la sociedad. Es lógico que las administraciones públicas, como el Gobierno de España, la Generalitat de Catalunya o el Gobierno Vasco, elaboran estrategias de conservación de la biodiversidad que consideran esta multiplicidad de usos. O que se financien proyectos europeos para buscar la forma de hacer compatible la gestión de los bosques con la conservación de la biodiversidad. O que en ámbitos académicos, se debata sobre el efecto positivo de la diversidad de las especies forestales en la productividad de los bosques.

La primera aproximación que nos viene a la cabeza en esta encrucijada es pensar cómo sería el entorno natural si no lo hubiéramos alterado. O lo que parece lo mismo, preguntarnos cómo era dicho entorno cuando aún no se habían producido las profundas transformaciones de los últimos siglos..

En un mundo de cambios acelerados, la primera aproximación que nos viene a la cabeza en esta encrucijada es pensar cómo sería el entorno natural si no lo hubiéramos alterado. O lo que parece lo mismo, preguntarnos cómo era dicho entorno cuando aún no se habían producido las profundas transformaciones de los últimos siglos. Pero retrotraernos al pasado no ayuda mucho a la resolución del problema. En primer lugar, por que los procesos ecológicos son históricos y el tiempo no vuelve atrás. Las características de un estado  en un momento dado —el bosque— condicionan las características futuras. En segundo lugar por que la historia está llena de casos en que las culturas tradicionales sobreexplotaron los recursos naturales. Sin menoscabar aquellas culturas que pusieron en valor la conservación de dichos recursos para las generaciones venideras, el factor que seguramente contribuía más a preservar el medio en la antigüedad era la falta de tecnología que permitiera extraer más intensamente los recursos naturales.

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Postal de Collbató, al pie de Montserrat, en 1908 mostrando la sobreexplotación de recursos forestales. Fuente: Francisco Lloret

Si no existe un referente histórico, y mucho menos en territorios como el europeo con una larguísima historia de explotaciones, ¿cuál es el modelo para considerar satisfactorio un estado de conservación? La biodiversidad, entendida en toda su complejidad —no solo como un catálogo de genotipos o especies—, corresponde al entramado de los sistemas biológicos en sus diferentes niveles de organización —genético, poblacional, ecosistémico— con sus elementos conectados en el espacio y el tiempo. La biodiversidad proporciona ciertas cualidades a los sistemas ecológicos, como son la homeostasis o la eficiencia. Algunas de estas cualidades son particularmente útiles para la sociedad humana en términos de disponibilidad y fiabilidad de recursos esenciales, a menudo con una clara traslación a la salud pública. Es lo que se ha venido en llamar servicios ecosistémicos. En otras palabras, la biodiversidad tiene un valor funcional, asociado a los procesos en los que juega un papel importante.

La biodiversidad es un valor patrimonial, análogo al del conjunto de obras de arte, artesanía o industria que hemos heredado de nuestros antepasados.

Salvar esos procesos en su conjunto redunda en beneficios a la sociedad. Pero la biodiversidad tiene también un valor intrínseco por el hecho de ser el resultado de la evolución biológica. Es un valor patrimonial, análogo al del conjunto de obras de arte, artesanía o industria que hemos heredado de nuestros antepasados. Estos objetos suelen ser bastante inútiles para un uso actual cotidiano. Pero son valiosos sentimental y socialmente ya que proporcionan cohesión a las sociedades humanas. Nadie debería ser tan pragmático como para despreciar ese patrimonio. Similarmente, el patrimonio biológico merece ser conservado ya que compartimos con él la herencia biológica y proporciona sensaciones de emoción e identidad. Ambos tipos de valores están conectados: muchas propiedades funcionales de los ecosistemas están asociadas a una variedad de formas o especies biológicas, reconocidas como patrimonio. Preservar la diversidad biológica es como pagar una póliza de seguro que permite que los sistemas naturales sigan manteniendo su funcionamiento y proporcionando sus servicios en un futuro.

No obstante, la preservación de los valores funcionales y patrimoniales de la biodiversidad pueden entrar en ocasiones en conflicto. La preservación de una especie  puede necesitar alterar la dinámica natural de un bosque, manteniéndolo en un estadio sucesionalmente temprano. En esencia, estos conflictos no son diferentes de los que nos encontramos cuando la gestión de un bosque está encaminada a objetivos diferentes, como la extracción de madera comercializable o la preservación de valores asociados a la biodiversidad. Una vez superada la tentación de establecer criterios o prioridades referidas a tiempos pasados que no volverán —y que no necesariamente proporcionan los servicios que buscamos en la actualidad—, estamos en condiciones de establecer criterios o prioridades basados en el significado funcional de la biodiversidad. Algunas de estas prioridades pueden ser compatibles con el uso comercial de los bosques, más o menos parecido a los usos tradicionales. Otras serán compatibles con un uso recreativo y esto puede proporcionar un valor añadido para algunos sectores de la sociedad.

La falta de intervención en un bosque originado de forma artificial no necesariamente proporciona elementos de naturalidad, al menos a corto o medio plazo.

La apertura de espacios en el dosel de un bosque resultado de un aclareo mimetiza de forma acelerada la reducción de pies que se produce a lo largo de la sucesión, a la vez que facilita la incorporación de nuevos genotipos. Alternativamente, la falta de intervención en un bosque originado de forma artificial no necesariamente proporciona elementos de naturalidad, al menos a corto o medio plazo. Esto se aprecia en las masas densas de repoblado con un crecimiento constreñido por una alta competencia y una carencia absoluta de sotobosque.

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Bosque de pino carrasco con alta densidad de pies y baja biodiversidad. Autor: Francisco Lloret

Evidentemente, la intensidad de la intervención humana es importante e incrementa enormemente el riesgo de que los procesos de regulación propios de los ecosistemas dejen de funcionar eficientemente. Es lo que pasa por ejemplo cuando se producen pérdidas de suelo. Por otro lado, en un contexto ambiental en el que la presión antrópica ha sido muy intensa es difícil, por no decir casi imposible, encontrar sistemas con una dinámica sin interferencias humanas. Ya sea por el valor patrimonial que antes comentábamos, ya sea por el valor de cara al conocimiento científico de los procesos naturales, ya sea por las propiedades funcionales asociadas a las etapas maduras de la sucesión, esos sistemas forestales deben ser preservados con especial atención. Al fin y al cabo, aunque solo sea en términos temporales, es más fácil y rápido retornar un bosque maduro a una etapa sucesional inicial que llegar a ver constituido un bosque maduro.

La sociedad se dará cuenta de que no todo son conflictos y de que somos capaces de actuar racionalmente.

En cualquier caso, debemos aprovechar las sinergias existentes entre los diferentes objetivos o prioridades de gestión o de conservación: una misma actuación puede proporcionar varios beneficios. Debemos poner en valor esas actuaciones. La sociedad se dará cuenta de que no todo son conflictos y de que somos capaces de actuar racionalmente. Sin embargo, no es infrecuente que los diferentes valores asociados a la gestión del medio y la preservación de la biodiversidad entren en conflicto. En muchos casos, estos conflictos se alivian echando mano de la propia extensión y heterogeneidad del territorio. No es necesario, y seguramente no es conveniente, actuar de la misma forma en todo el territorio. Una región suficientemente extensa permite distribuir en el espacio los diferentes beneficios, por ejemplo aquellos que proporcionan diferentes etapas sucesionales repartidas a lo largo del territorio. Esta distribución debería aprovechar la heterogeneidad regional para obtener el máximo beneficio de los diferentes usos. Tenemos herramientas matemáticas para calcular la relación entre los costes y los beneficios de diferentes tipos de gestión del bosque. Estos procedimientos permiten desarrollar modelos que optimizan los diferentes beneficios, como por ejemplo los que se han construido para compatibilizar la producción de madera y la conservación de fauna en bosques de Norteamérica.

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Bosque maduro con baja intervención humana y alta biodiversidad. Autor: Lluís Comas

Hace ya tiempo que se reconoció el concepto de ’multifuncionalidad’ de los bosques. Además de la obtención de madera, leña y papel, el bosque proporciona muchos otros beneficios. Esta idea entronca claramente con la de servicios ecosistémicos. Pero el gran problema es que los diferentes beneficios o servicios no se miden con la misma moneda. Es relativamente fácil ponerle un precio en euros a la madera. Pero es mucho más complicado poner precio al placer de pasearse por un bosque o de conservar unas especies que muy pocas personas son capaces de reconocer. Existen disciplinas y tratados dedicados a esas conversiones económicas, pero al no estar sujetas a las leyes del mercado, tienden a arrastrar cierto grado de arbitrariedad y no son fácilmente aceptadas por todos. Se trata de un caso típico de externalización de costes ambientales. Aunque el valor económico de los bienes de consumo como la madera también están sujetos a distorsiones e incertezas, parece que nos hemos acostumbrado a convivir con ellas. Por tanto, no hay motivo para que la sociedad no acabe también acostumbrándose a las limitaciones de la valoración de las externalidades. Cuanto antes se estandaricen estas valoraciones, antes conseguiremos que los diferentes usos de los ecosistemas forestales sean compatibles.

No encontramos fácilmente el Teseo que ayude al bosque a salir del laberinto en el que lo hemos metido. Pero al menos podemos acompañarlo y aplicar nuestro entendimiento para hacer compatibles los muchos valores que atesora.

En nuestra cultura, el bosque ha sido históricamente un medio inhóspito, que dejó de serlo con la tecnología que aceleró su transformación. Simultáneamente fue enaltecido por una visión romántica que intentaba contrarrestar su deterioro conforme se volvía más escaso. Esta visión ha ido confluyendo con nuestro conocimiento y percepción de los valores que proporciona el bosque al conjunto de la sociedad. Pero la pérdida de su valor económico ha implicado unos cambios en el bosque que a menudo nos incomodan por que no proporcionan todos los beneficios que desearíamos. No encontramos fácilmente el Teseo que ayude al bosque a salir del laberinto en el que lo hemos metido. Pero al menos podemos acompañarlo y aplicar nuestro entendimiento para hacer compatibles los muchos valores que atesora.

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