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El cambio obligado

Turismo masivo en la Playa de la Barceloneta. Foto: CC BY-SA Otto Normalverbraucher, vía Flickr Commons.
Turismo masivo en la Playa de la Barceloneta. Foto: CC BY-SA Otto Normalverbraucher, vía Flickr Commons.

Ahora que algunos medios empiezan a hablar del fin de la pandemia, parece que la mayoría de la gente está deseando volver al modelo de vida anterior. Pero esto es incompatible con nuestra propia supervivencia, según el último informe del IPCC. ¿No hemos aprendido nada?

Una advertencia previa: lo que digo se basa casi todo en una serie de lecturas recientes. Si hago citas, a veces largas, me gustaría que se entendiera como una incitación a leer los textos originales, porque los creo inspiradores.

El último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) debería preocuparnos a las personas que vivimos en el entorno del Mediterráneo, ya que aquí se anuncia una reducción de precipitaciones medias anuales especialmente fuerte (del orden del 10-40%, o sea que tendremos menos lluvia y estará aún peor repartida que ahora). También advierte el IPCC, esto para todo el mundo, en mayor o menor grado, de la mayor frecuencia de eventos extremos. Pero parece que la mayoría piensa que, pasada la pandemia, lo que hace falta es volver a lo de siempre. Debe de ser aquello de: «¡Es la economía, estúpido!», cuando lo que es muy estúpido es no darse cuenta de la aceleración del cambio, el cual trastorna de tal manera las perspectivas de futuro que hay que repensarlo casi todo: economía, relaciones sociales, organización, urbanismo y por supuesto políticas. Muchos quieren que vuelvan pronto los turistas, y más si cabe. Que ampliemos los aeropuertos, los puertos para grandes cruceros, la oferta hotelera, que hagamos unos Juegos Olímpicos de Invierno y más estaciones de esquí para atraer turismo en las montañas (que tengan nieve o no parece que no importa) … Igual que la mayoría creía (contra toda evidencia) que las epidemias eran cosa del pasado, hoy seguramente la mayoría cree, o quiere creer, que esto del cambio climático es una exageración. Esto hace que equivoquemos las prioridades de una manera muy peligrosa.

El cambio climático agravará las sequías en el entorno del Mediterráneo. Foto: CC BY-NC-ND Javier Díaz Barrera, vía Flickr Commons.

Lecciones de la historia

Tanto a partir de las epidemias como del clima, podemos sacar lecciones del pasado. Algunos autores han pensado que una manera de entender las consecuencias de la alteración del clima podía ser ver cuáles han sido los efectos de episodios históricos conocidos en los que el clima ha causado un cambio sensible, y el caso más documentado es el de la Pequeña Edad del Hielo, que va de la mitad del s. XIV a la mitad del XIX. Brian Fagan habla de este período en Europa (Fagan, 2008). Philipp Blom (2019; 2021) parte también el estudio de las consecuencias de todo orden que tuvo este periodo. Constata Blom que el cambio climático por sí mismo no provocó guerras, pero el hambre y la pobreza que se derivaron de la baja producción sí dieron lugar a revueltas continuas y la miseria se agravaba con las guerras. La diferencia de respuesta al cambio del clima explica en buena parte, según Blom, el hundimiento del Imperio Español y el éxito de la pequeña república neerlandesa que, libre del peso del feudalismo, inventa una forma primera de capitalismo liberal y burgués, mientras la España de su momento de esplendor se endeuda en guerras y más guerras hasta quebrar, malgasta el oro y la plata que saca de América antes incluso que llegue a Europa, así que los barcos van directamente a Génova, donde están los bancos acreedores, y explota tanto al campesinado por la avidez de dinero de la corona y de los nobles que todo termina en un desastre.

La Pequeña Edad del Hielo se refleja en el arte, p.e. en los paisajes nevados de Brueghel el Viejo. Imagen: cea+, vía Flickr Commons.
La Pequeña Edad del Hielo se refleja en el arte, p.e. en los paisajes nevados de Brueghel el Viejo. Imagen: cea+, vía Flickr Commons.

De lo que nos dice la historia de los cambios sociales ligados al clima y a la evolución de la tecnología podemos sacar, según Blom en el segundo libro mencionado, una docena de grandes conclusiones, de las que destaco algunas:

  1. No se puede decir «eso no pasará nunca», porque puede pasar de todo, incluso lo que ahora nos parece imposible;
  2. Estamos en medio de una transformación vertiginosa, no es una mera cuestión de preferencias de consumo;
  3. Ante cambios tan drásticos, o la sociedad reacciona constructivamente o se limita a padecerlos;
  4. El crecimiento basado en la explotación, que es el modelo económico occidental, ha quebrado;
  5. La democracia y los derechos humanos no son la norma ni la consecuencia lógica del progreso, sino una excepción reciente y poco frecuente, quizá un episodio único (de hecho, lo que llamamos progreso ha sido una euforia de unos años provocada por los excesos de consumo de una energía barata, el petróleo);
  6. Las ideas de libertad, igualdad y fraternidad no son más que un relato que nuestra sociedad se explica a sí misma y que puede sustituir por otro;
  7. Para sobrevivir, las democracias necesitan, además de bienestar, una esperanza compartida con una economía con futuro en paz con los vecinos y adaptada a la era de las máquinas;
  8. La transformación tecnológica afectará también a nuestra vida personal, a nuestras ideas y sentimientos, a la imagen que tenemos de nosotros mismos. No es sólo que nosotros manipulemos la tecnología, ella también nos manipula;
  9. En una democracia todo depende de que haya suficientes personas que aspiren a la vez a un cambio radical, lo que deja poco margen para el optimismo, ya que hay pocos indicios de un cambio radical.

Pero, a falta de un planeta B, dice Blom, sólo queda luchar para hacer nacer pequeños archipiélagos de esperanza, de humanidad, de racionalidad. Y que duren. Bueno, el libro dice muchas más cosas, leedlo.

Philipp Blom i portada del seu llibre “Lo que està en juego”. Fotomuntatge a partir d’una foto de Vera de Kok, via Wikimedia Commons.
Philipp Blom y portada de su libro “Lo que està en juego”. Fotomontaje a partir de una foto de Vera de Kok, vía Wikimedia Commons.

En el libro de Fagan se nos avisa de que los acontecimientos que describe nunca son lineales, la Pequeña Edad del Hielo (pensad en los óleos de paisajes nevados de Brueghel el Viejo) es un tiempo de cambios caóticos y de extremos. Y así son también los efectos sociales. La Pequeña Edad del Hielo no es un caso único. Hubo un cambio climático menor en el s. III d.C. que contribuyó a que los bárbaros vencieran al Imperio Romano (Harper, 2019; Brooke, 2014). El libro Colapso, de Jared Diamond (2006) explica otros ejemplos, como el periodo de sequías y lluvias irregulares que jugó un papel importante en la desaparición de la civilización maya. Y ahora pensamos en el último informe del IPCC, que nos alerta de lo de los episodios extremos, y en las muestras de episodios de este tipo que ya hemos ido viendo en los últimos años.

Invertir, ¿en qué?

Si nos queremos adaptar seriamente en la transición hacia un modelo más sostenible y menos explotador de los recursos, y ahorrarnos las peores consecuencias del cambio en nuestras sociedades, deberíamos tenerlo bien presente en las inversiones que vamos haciendo. Hay muchas que tienen efectos duraderos y, si no van en la dirección adecuada, si son nocivas para el clima, la biodiversidad y la sociedad, sería mucho mejor no hacerlas. Por desgracia, si algo está claro (véase el artículo de George Monbiot, 2021) es que estamos llenando el mundo de cemento y que el objetivo de los proyectos de nuevas infraestructuras no es alcanzar las mejoras de comunicación y sus efectos sobre la economía y los puestos de trabajo, sino enriquecer a comisionistas y constructores, cuyo interés por el tema termina el día en que se acaba la obra o cuando se venden las construcciones (viviendas, oficinas, almacenes, naves industriales, etc.). Después, los aeropuertos, las autopistas, las vías de AVE, los edificios, etc., permanecen, tanto si se utilizan mucho como poco o nada.

Aeropuerto del Prat. Foto: CC BY Mike McBey, vía Flickr Commons.
Aeropuerto del Prat. Foto: CC BY Mike McBey, vía Flickr Commons.

Entre otras reglas que el autor considera válidas en todo el mundo destacamos: que los proyectos que parecen mejores sobre el papel acaban siendo los que tienen más sobrecostos y aquellos en los que los beneficios prometidos nunca se cumplen; que los beneficios ambientales siempre se exageran; que la construcción de infraestructuras es la principal causa de destrucción de biodiversidad en los países que tienen mucha; que los mayores daños recaen desproporcionadamente en los territorios habitados por pueblos indígenas; que, cuando se hacen infraestructuras más verdes, no se retiran nunca las antiguas; y que en los países ricos hay un exceso de ciertos tipos de infraestructuras (muchos ejemplos en España). El autor termina con un mensaje: si queremos un mundo más verde, hay que resistir la creciente marea de cemento.

Cimentera. Foto: Sílvia Darnís, via Flickr Commons.
Cementera. Foto: Sílvia Darnís, vía Flickr Commons.

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía y profesor de la Universidad de Columbia, cree que en la transición a una economía verde las finanzas deben jugar un papel fundamental (véase el artículo le publicó La Vanguardia el 5 de septiembre). El problema es que los bancos continúan ayudando a la vieja economía que alimenta la crisis climática, y se trata de inversiones a largo plazo (como es el caso, por ejemplo, de la explotación de nuevos campos petrolíferos o de la construcción de ciertas infraestructuras). Estos proyectos acabarán bloqueados cuando pierdan su valor y utilidad con la transición ecológica. Por lo tanto, son un peligro para todo el sistema económico, por el alto riesgo de impago (como ocurrió con los bonos basura de 2008 o con la actual burbuja inmobiliaria en China) y, además, generan una mala dinámica política para la transición, ya que los interesados ​​querrán o bien llevar a cabo la explotación, o bien ser compensados, por la vía de «socializar» la pérdida de unas inversiones que no se deberían haber hecho. Esto ocurre a menudo en España. El cese del proyecto Castor de ACS, la empresa del señor Florentino Pérez, que pretendía construir el mayor depósito de gas natural de España y causó una serie de pequeños terremotos, le costó al Estado cerca de 1.700 millones de euros, que pagaremos en la ya disparada factura de la luz hasta el 2044. La decisión del Supremo (como se sabe, en funciones desde hace tres años) de compensar a Iberdrola por los impuestos que le hizo pagar el gobierno Rajoy a partir de 2015 por el aprovechamiento de la energía hidroeléctrica de los pantanos del Duero, una energía que viene de un recurso que es de todos, el agua, y que se vendía y se vende al precio de la procedente del gas natural, costará unos 1.400 millones, también a pagar entre todos (Enric Juliana ha denunciado como corsaria la jugada de vaciar los pantanos este verano para aprovechar los altos precios de la luz …). Y las eléctricas se oponen frontalmente a las medidas del gobierno de Sánchez para subirles los impuestos, con el apoyo de grandes empresarios, oposición, etc.

Torres d’alta tensió. Foto: pinkyhong138, via Pixabay
Torres de alta tensión. Foto: pinkyhong138, vía Pixabay.

La prohibición de las inversiones contrarias a la transición dice Stiglitz que, ahora, es políticamente inviable y que hay que hacer una regulación que no sea corto-terministas, como lo son los mercados. Los bancos centrales y otros reguladores deben evitar que los precios de los activos puedan cambiar de manera repentina. Por ello, no hay que financiar inversiones malas para el entorno y sí hacerlo con las que vayan en la dirección correcta. Si no se pueden prohibir, sugiere que habría que obligar a los bancos que hacen inversiones de riesgo en relación al clima a tener más reservas que reflejen este riesgo; que los inversores en combustibles no obtengan subsidios mediante la deducción de pérdidas; que los préstamos para el hogar se hagan sólo para hogares bien aislados y energéticamente eficientes (un problema social si tales viviendas son más caras); que se estimulen las inversiones que suponen precios de carbono elevados con garantías públicas de que el inversor será compensado si el carbono es más barato de lo previsto en 20 años, como una especie de seguro para forzar a los gobiernos a cumplir los acuerdos de París… Como el sector financiero privado se centra mucho en el corto plazo y necesitamos inversiones a largo plazo, ya se han creado bancos verdes o se ha incorporado el desarrollo verde en los bancos de desarrollo que ya existían.

Edifici principal del Banc Central Europeu. Foto: Bruno/Germany, via Pixabay
Edificio principal del Banco Central Europeo. Foto: Bruno/Germany, vía Pixabay.

El Banco Central Europeo acaba de publicar un informe que, entre otras cosas importantes, avisa que España es el tercer país con mayor porcentaje de empresas (más del 60%) que pueden resultar directamente afectadas por el cambio climático, y que, por tanto, tienen riesgo de pérdida de activos y retrasos en los pagos. La receta es forzar a los bancos más expuestos a aumentar las reservas y dejar de invertir en negocios insostenibles, pero las empresas que no se puedan adaptar lo tienen complicado y habrá que pensar en salidas para sus trabajadores (Martín, 2021).

Biden tiene un plan, y Europa también, pero…

Otro Nobel de Economía, Paul Krugman, en el New York Times (artículo reproducido en La Vanguardia el mismo 5 de septiembre), habla del plan Biden de invertir 3.500 millones de dólares contra el calentamiento climático. Como los impuestos sobre el carbono o medidas similares no se podrán imponer por razones políticas, es necesario un esfuerzo para descarbonizar la electricidad, lo que es cada vez más factible tecnológicamente y que no sólo ahorraría las emisiones en la producción de electricidad sino que reduciría muchas otras emisiones para la electrificación del transporte y otras cosas. El plan Biden prevé multas y subvenciones para incentivar a las empresas eléctricas a ir por el camino de la descarbonización y un aumento de desgravaciones para las energías limpias. Por desgracia, los republicanos, entre los que predomina el negacionismo (también para las mascarillas y vacunaciones, a pesar del aumento de ingresos hospitalarios y muertes, lo que aún más difícil de entender), tienen muchas posibilidades de controlar pronto una o las dos cámaras del Congreso, así que la propuesta Biden puede ser la última oportunidad. No sólo se oponen los republicanos, también las grandes empresas, porque les quieren subir los impuestos (y es lo que el público cree que se debe hacer). Es lógico que se opongan, pero Krugman lo cree imperdonable, aunque ve más factible convencer a las grandes empresas que los republicanos… En todo caso, dice, es la hora cero y no habrá segunda oportunidad. Desgraciadamente, puede que no haya que esperar la respuesta republicana, porque ya hay opositores demócratas al proyecto de Biden en el Senado, y de hecho parece que Biden ya ha tenido que reducir considerablemente el presupuesto para su plan.

Joe Biden. Foto: CC BY-SA Gage Skydmore, via Wikimedia Commons.
Joe Biden. Foto: CC BY-SA Gage Skydmore, vía Wikimedia Commons.

Mientras, grandes empresas y bancos se han puesto a «defender el planeta» mediante una propaganda «verde» que no se corresponde con lo que realmente hacen y con la proclama de que hay un esfuerzo público-privado, es decir que se necesitan subvenciones públicas para la transición, para seguir con el proceso de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas (Pistor, 2021). Lo que llaman capitalismo verde puede servir para dar buena conciencia a sus accionistas y clientes, tal vez, pero no para cambiar nada sustancial. El mecanismo que desean es que, a medida que los activos no verdes se devalúen suba el precio de los activos supuestamente verdes y esto compense a los inversores, pero sin cambiar nada de fondo. Pistor menciona un estudio reciente que no cita según el cual «el 71% de los fondos ESG (que supuestamente reflejan criterios ambientales, sociales o de gobernanza) están alineados negativamente con los objetivos del Acuerdo de París».

Financiar con cordura, gestionar bien los impuestos y subsidios para orientarlos en el camino hacia la sostenibilidad, evitar las inversiones que puedan conducir al bloqueo de activos para la propia dinámica de la transición, cortar las emisiones de carbono, son pasos indispensables. Pero la transición debe superar otros escollos. Algunos se encuentran en las tecnologías actuales de producción de energías limpias. La Agencia Europea del Medio Ambiente calcula que en los próximos 10 años las energías eólica y solar y los vehículos eléctricos multiplicarán por 30 su producción de residuos. Hoy, las palas de aerogeneradores obsoletas van a vertederos, pero ya hay una empresa que las usa para hacer mobiliario. Más difícil es el tema de las células fotoeléctricas, que contienen materiales raros y caros que, hoy por hoy, se pierden cuando los paneles dejan de ser útiles. Y es urgente encontrar soluciones para mejorar y reciclar las baterías de los vehículos eléctricos, ya que el crecimiento de patinetes, bicicletas, motos y autos que las emplean es muy rápido (los chinos empiezan a hacerlas de plomo).

Joves en patinet elèctric. Foto: Kristoffer Trolle, via Wikimedia Commons.
Jóvenes en patinete eléctrico. Foto: Kristoffer Trolle, vía Wikimedia Commons.

Los fondos Next Generation EU tienen tres líneas básicas: transición ecológica, digitalización y reindustrialización, y suponen ciertamente la colaboración público-privada y la de los bancos, pero hay que garantizar que la transición sea real y no sólo de apariencia. Se pretende un nuevo modelo productivo más sostenible. La respuesta de las empresas es crucial. Las pymes deben ver las oportunidades y aprovecharlas (véase Lorena Farràs, 2021). Un tema esencial es que la tecnología ha diversificado mucho los materiales que emplea, y ahora estos incluyen muchos de los elementos de la tabla periódica. Algunos como, por ejemplo, las tierras raras, son necesarios en la confección de células fotovoltaicas o las baterías. La mayor parte de reservas mundiales se encuentra en China y Vietnam o la controla China (porque hay explotaciones en Estados Unidos que envían de inmediato todo el producto a China, que ya hace años que es accionista de las empresas extractoras). Algunos expertos creen que esto impone unos límites físicos al desarrollo de las energías renovables. Ahora mismo, hay una crisis en el abastecimiento de materiales críticos que ha forzado a interrumpir la fabricación de ciertos productos. Una solución podría ser el reciclaje, pero en muchos casos de elementos que se encuentran en muy poca concentración y muy mezclados el reciclaje no funciona. Con la transición energética, la demanda de estos materiales crecerá muchísimo. Parte de la energía eléctrica puede permitir la producción masiva de hidrógeno a partir de agua. En resumen, la mejora de las tecnologías del reciclaje será indispensable. Y, al mismo tiempo, es necesario que Europa se reindustrialice y abandone la dependencia de recursos de Rusia, China y otros países.

Quienes siempre decimos NO deberíamos decir qué proponemos

Para terminar, me gustaría referirme al tema del aeropuerto, que está, parece, en hibernación. El trabajo de referencia es «Impacto económico del aeropuerto Josep Tarradellas-Barcelona – El Prat», está firmado por Jordi Suriñach, Esther Vayà (directora), Cristian Bardají, José R. García, Rubén López, Joaquín Murillo y Javier Romero, así como por las instituciones AQR.LAB, Universidad de Barcelona y Cámara de Comercio de Barcelona, ​​y fue encargado por AENA. No soy lo bastante entendido para juzgar si este proyecto económico sigue la pauta habitual que explica Montbiot de reducir costes y magnificar beneficios, pero no olvidemos quién encarga y paga el estudio, por otra parte seguro que riguroso en los aspectos que trata. Lo que puedo afirmar es que este informe no dice prácticamente nada sobre costos o beneficios ambientales del proyecto. No dice nada de que AENA ha incumplido las medidas ambientales a las que se comprometió ante la UE, para una  mejor protección de los espacios naturales del delta, sino que ha hecho todo lo posible para la degradación de La Ricarda y su entorno. Sólo en uno de sus párrafos dice: «de las 1.553,54 ha de terrenos del aeropuerto, 215 ha son espacios preservados para mantener una alta calidad ambiental” -sin precisar ninguna acción, ni por tanto gasto, por esta preservación -, “mientras que 328 ha son espacios comercializables -de las cuales, 261 son edificables-, donde se desarrollará el Master Plan Inmobiliario. En parte del resto de hectáreas, que es donde está ubicado el aeropuerto, se propone el Plan Director -básicamente con la creación de la nueva terminal satélite- «.

Vista aerea de La Ricarda y zona prevista de ampliación del Aeropuerto del Prat. Delimitación sobre ortoimagen del ICGC.
Vista aerea de La Ricarda y zona prevista de ampliación del Aeropuerto del Prat. Delimitación sobre ortoimagen del ICGC.

Esto es un aspecto relevante, ya que muestra otras motivaciones que las que se refieren a los beneficios de hacer de El Prat un hub aeroportuario y a las necesidades técnicas de longitud de las pistas. En las conclusiones del informe mencionado se dice que, «en el caso del Master Plan Inmobiliario, la inversión total prevista para poner en valor una importante cantidad de terreno perteneciente al Aeropuerto, y que actualmente no tiene uso, a desarrollar en unos 20 años, sería de 1.264 M € «. Esta operación urbanística no ha estado nada presente en el debate sobre el tema que, de momento, cerró el presidente del Gobierno aplazando la inversión. Sí que es cierto que El Triangle publicó que a AENA era eso lo que realmente le interesaba, mucho más que la ampliación de las pistas, pero el debate ha quedado lejos de ser transparente. A los ojos del gran público, al menos, se ha limitado a un mero conflicto entre hacer de El Prat un hub o salvar La Ricarda. La cuestión realmente importante es si hacer una gran plataforma logística, con la mayor operación urbanística de España junto a la T2, es una inversión en el camino de la transición ecológica. Si el tráfico aéreo deberá disminuir los próximos años para reducir su impacto sobre el clima, ¿no será este proyecto de AENA uno de los que Stiglitz dice que conllevarán pérdida de valor de activos en este plazo y que nunca se deberían financiar? Y no pasa lo mismo con los Juegos Olímpicos de Invierno? ¿No es muy arriesgado invertir en una operación cuyo éxito dependerá mucho de aspectos meteorológicos, cuando esperamos menos precipitaciones y más episodios de tiempo violento? ¿De verdad que no sabemos orientar nuestro pensamiento a un futuro diferente del pasado pre-Covid-19, cuando sabemos ya que las tendencias de entonces, si continúan, nos llevan a un desastre climático? ¿No es a la transición energética, a la economía circular, a la mejora de las tecnologías hacia la sostenibilidad que deberíamos orientar las inversiones? Entiendo que comisionistas y constructores tienen una visión diferente, pero llenar el mundo de cemento es la mejor manera de acelerar la alteración del clima. Los edificios emiten el 40% de los gases invernadero. Su negocio debería dirigirse a la reconstrucción de las ciudades para mejorar su eficiencia. La sociedad civil les debería hacer entender esto. Y debería reclamar una acción de Gobierno decidida.

Conferencia de Ramon Sans titulada “La transició energètica del segle XXI: llums i ombres.» Institut d’Estudis Catalans, 13 de setembre de 2021. Video: IEC.

Según el ingeniero industrial Ramon Sans, si se hace la transición energética en Cataluña habrá que destinar un 1,6% del territorio a instalaciones de captación de energía solar y eólica, pero considerando la mucho más alta eficiencia de las renovables se podrían ahorrar del orden de 200.000 millones de euros. Para hacer esto, pide un proyecto de Gobierno para la transición, un territorio en el que actuar y la creación de una banca que lo gestione. Si se sustituyen las energías fósiles por las renovables, pero estas se importan de instalaciones situadas en Aragón, no sólo se llenará el territorio de MATs (líneas de muy alta tensión), sino que además ese dinero no lo ahorraremos y lo tendremos que pagar a los productores y transportadores. Sans hace un llamamiento urgente: hay que hacer la transición antes del 2040, una transición que cree que es viable, económicamente y desde cualquier punto de vista. En cambio, los combustibles fósiles y el uranio irán subiendo un 5% anual. Si no hacemos nada, vamos a pagar cada vez más y contribuiremos a la desestabilización del clima, que será especialmente dura en el Mediterráneo.

Es necesario, dice también, que nos pongamos a trabajar para producir la energía sostenible que necesitamos, ya que ahora mismo Cataluña está a la cola de Europa y del Estado en producción de energías sostenibles. Y esto implica dedicar este 1,6% del territorio (tal vez un poco más, ya que es obvio que no podremos poner paneles solares en todos los tejados y en todas las azoteas) en la generación de energía solar y eólica. Si lo hacemos, tendremos autosuficiencia energética (no dependeremos ni del petróleo de Oriente Medio, ni del gas de Argelia, ni de centrales nucleares, ni de la energía sostenible producida en Aragón) y haremos un excelente negocio de 200.000 millones de euros. Si no, tendremos que pagarlos.

Xarxa algeriana de gasoductes. Mapa: U.S. Energy Information Administration, via Wikimedia Commons.
Red argelina de gasoductos y oleoductos. Mapa: U.S. Energy Information Administration, vía Wikimedia Commons.

Ni ampliaciones de aeropuertos, ni Juegos Olímpicos de Invierno, ni Cuarto Cinturón, pero … ¿cómo y dónde producimos la energía sostenible que necesitamos para abandonar del todo el uranio y los combustibles fósiles? También esto tendrá costes ambientales y de paisaje, pero los resultados son, no sólo más ventajosos, sino indispensables. Y ¿de dónde sacamos y cómo reciclamos los materiales raros y valiosos, que pronto pueden convertirse en limitantes? Esto hay que pensarlo desde antes de la misma fabricación y construcción. De hecho, la minería a cielo abierto de estos elementos también es emisora ​​de CO2 y otras cosas, pero este no es el mayor problema. Valero y Valero (2021) nos explican el tema desde un punto de vista termodinámico: tomamos materiales raros de minas donde están en elevada concentración y los mezclamos y dispersamos con cada móvil, cada ordenador, cada disco duro, cada batería, cada chip, cada turbina eólica que eliminamos por obsoletos. El neodimio y el samario se emplean para hacer imanes para los motores de los vehículos eléctricos y otros motores. El iterbio y el terbio en el almacenaje de datos de los ordenadores. El erbio se usa en cables de fibra de banda ancha y láseres de alta velocidad. El disprosio en reactores nucleares y en iluminación (los leds tienen un grupo de elementos raros). El cerio se emplea en esmalte para cristales, pantallas, convertidores catalíticos, limpiadores de hornos, etc. Hay varias tierras raras en los tubos catódicos de los televisores y en los billetes de banco para detectar falsificaciones, en los auriculares y en un muy larguísimo etc., porque nuestros dispositivos electrónicos contienen hasta 60 elementos diferentes. Reunir de nuevo, reciclar, los que interesan será casi imposible por el enorme coste energético que representa. Y el crecimiento del consumo es exponencial. Las demandas en europio, neodimio, itrio, terbio o disprosio podrían superar la producción ¡dentro de 5-10 años!

Posición en la tabla periódica de los elementos mencionados en el texto. Modificado de CC BY-SA Dolgoruki.es, vía Wikimedia Commons.
Posición en la tabla periódica de los elementos mencionados en el texto. Modificado de CC BY-SA Dolgoruki.es, vía Wikimedia Commons.

De ahí también la urgencia de los cambios tecnológicos. Ya se trabaja en la sustitución y en el reciclaje de estos elementos, pero está por ver hasta dónde podemos llegar. En todo caso, el debate que necesitamos ahora no es qué haremos cuando podamos decidir «nosotros» desde Cataluña: hay que actuar antes de que el clima haya cambiado demasiado y nos encontremos con sequías larguísimas, incendios devastadores, picos de calor por encima de los 50ºC y tormentas reiteradamente catastróficas, y esto significa muy, muy pronto. No tenemos treinta años de tiempo. El debate es qué proyecto de gobierno hacemos, dónde ponemos las instalaciones de captación de energía solar y eólica, cómo lo hacemos para minimizar el impacto ambiental, cómo reciclamos … Hagamos un banco público verde, exijamos a los bancos privados un aumento de reservas si dan créditos a líneas contrarias a la sostenibilidad, protejamos a los inversores en proyectos favorables a la sostenibilidad, invirtamos en la investigación que nos ayude a hacer bien las cosas, en hacer lo que es necesario, hagámoslo y seamos autosuficientes en todo lo que se pueda. No podemos esperar el cambio político que sea. Debe ser ahora. O perderemos hasta la camisa. Cataluña ha perdido empuje, pero si tenemos un proyecto y sabemos crear las instituciones adecuadas y aprovechar el talento, la transición ecológica puede ser la gran oportunidad. Ha de ser ahora.

Referencias

Fagan., B. 2008. La pequeña Edad del Hielo. Ed. Gedisa, S.A., Barcelona. ISBN 10: 8497841344 / ISBN 13: 9788497841344

Blom, Ph. 2019. El motín de la naturaleza. Anagrama, Barcelona, 343 pp.

Blom, Ph. 2021. Lo que está en juego. Anagrama, Barcelona, 225 pp.

Brooke, J.L. 2014. Climate change and the course of global history. Cambridge Univ. Press, DOI: https://doi.org/10.1017/CBO9781139050814

Diamond, J. 2006. Colapso. Ed. Debate, Madrid, 864 pp. ISBN: 978-84-9992-267-6

Farràs Pérez, L. 2021. Les renovables busquen qui les recicli, La Vanguardia 5 de setembre.

Harper, K. 2019. El fatal destino de Roma: cambio climático y enfermedad en el fin de un imperio. Crítica, Barcelona, 512 pp.

Krugman, P. 2021. El EEUU empresarial, a favor del desastre climático. El País, Negocios, 5 de setembre

Martín, J.M. 2021. Cambio climático y estabilidad financiera, La Vanguardia, 3 d’octubre.

Monbiot, G. 2021. We can’t build our way out of the environmental crisis. 1 setembre; https://www.theguardian.com/commentisfree/2021/sep/01/build-environmental-crisis-infrastructure-pandemic-concrete

Pistor, K. 2021. El mite del capitalisme verd, un treball del Project Syndicate. Diari Ara, 4 d’octubre.

Sans, R. 2021. La transició energètica del segle XXI (TE21): llums i ombres. Conferència a l’IEC. https://www.youtube.com/watch?v=KqKTA22VPFY.

Stiglitz, J.E. 2021. Finanzas del lado del clima. El País, Negocios, 5 de setembre.

Valero Capilla, A., A.Valero Delgado. 2021. Thanatia, los límites minerales del planeta. Ed. Icaria, Barcelona, 144 pp.

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