La Vanguardia publica un artículo de opinión de Javier Retana, director del CREAF y Jordi Vayreda, investigador del CREAF sobre la necesidad de gestionar los bosques de cara al verano y de cómo hacerlo de una forma sostenible .
Cada verano resulta más evidente que necesitamos poner a punto nuestro patrimonio forestal para que pueda soportar la época más seca y más calurosa del año. Esta “operación bikini” no es una cuestión estética, sino de salud y supervivencia: muchos bosques han acumulado tanta biomasa que, si no los “adelgazamos” con urgencia y con criterio, corren un riesgo elevado de morir de sed o abrasados por las llamas.
Llamar operación bikini a esta necesidad de gestionar el bosque es una metáfora que tiene sentido, ya que estamos hablando de reducir la biomasa de nuestras masas forestales más densas, que suelen coincidir con bosques jóvenes o “adolescentes” particularmente vulnerables a los riesgos y rigores del verano, sobre todo, a la sequía y los incendios.
Si reducimos la densidad del arbolado, debemos decidir qué hacemos con todo el material cortado. Una buena opción, sin duda, puede ser utilizar esa biomasa como fuente de energía, como demuestra el auge que está experimentando este aprovechamiento. Si se planifica adecuadamente, la biomasa representa una energía mucho más limpia que los combustibles fósiles y puede ayudarnos a reducir nuestra dependencia de ellos.
Pero, ¿cuánta biomasa podemos extraer de nuestros bosques siguiendo criterios de gestión sostenible? O, continuando con el símil, ¿cuán severo puede ser el tratamiento de adelgazamiento sin poner en peligro la salud del ecosistema?
De los datos de los inventarios forestales hechos en Cataluña podemos deducir que, si evitamos cortar donde el bosque sea demasiado abierto o el riesgo de erosión sea importante, nos quedan unas 370.000 hectáreas sobre las que podríamos actuar (casi un tercio de la superficie forestal). Es decir que, como máximo, podríamos retirar 1,7 millones de toneladas al año, con independencia del destino que le demos a esa biomasa (casi la mitad podría ser aprovechada para madera).
El uso de la biomasa como fuente de energía puede ser una excelente oportunidad para gestionar adecuadamente nuestros bosques y reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles.
Esto contrasta con las expectativas del Plan de la Energía y el Cambio Climático de Cataluña 2012-2020 (PECAC 2020), que prevé pasar de las 103 Ktep/año de energía procedente de biomasa actuales a las 632 Ktep/año en 2020. Si se extrajera de los bosques, esto representaría cortar 2,7 millones de toneladas anuales (un millón más que el máximo calculado). En el mejor de los casos, sólo nos quedaría un tercio del crecimiento anual de todos nuestros bosques para mantener su necesaria renovación, si queremos que sigan actuando como sumideros de CO2. ¿Es suficiente?
No lo parece. En primer lugar, porque una extracción tan intensa no permitiría ningún margen de seguridad ante eventuales perturbaciones (sequías, plagas o incendios), sucesos que serán cada vez más frecuentes, más extremos y más extensos, según las previsiones de cambio climático. Y en segundo lugar, porque nos obligaría a aprovechar no sólo los troncos, sino también el ramaje y las hojas, partes que representan sólo el 20% de la biomasa forestal pero que acumulan el 50% de los nutrientes, y eso podría llegar a limitar el crecimiento del bosque a largo plazo.
Si atendemos a criterios de eficiencia energética, la biomasa forestal sólo debería servir para la producción de calor y no para producir electricidad. Además, se debe considerar la energía consumida para su obtención y el consecuente CO2 emitido a lo largo de toda la cadena desde su obtención hasta su consumo final (incluyendo la tala, el procesado y el transporte). En consecuencia, solo deberíamos instalar calderas donde podamos garantizar un suministro local y sostenible de biomasa a lo largo del tiempo, y esto no es posible en todo el territorio.
Por tanto, o reducimos los objetivos fijados por el PECAC 2020, u obtenemos una parte de la biomasa a partir de cultivos. Si escogemos la segunda opción, tengamos en cuenta que necesitaríamos ocupar miles de hectáreas de suelo agrícola y movilizar cantidades importantísimas de agua, un recurso escaso y estratégico que será cada vez más limitado en las próximas décadas.
El uso de la biomasa como fuente de energía puede ser una excelente oportunidad para gestionar adecuadamente nuestros bosques y reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Pero quedan decisiones trascendentes por tomar y sería poco sensato tomarlas sin el conocimiento que tenemos sobre el funcionamiento de nuestros ecosistemas. Si, como reza la cita, “lo importante no es el plan, sino la planificación”, no debería asustarnos revisar nuestros objetivos, cuantas veces sea necesario.
Javier Retana Alumbreros
Catedrático de ecología (UAB)
Jordi Vayreda Duran
Investigador del CREAF