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En recuerdo de Edward O. Wilson

Edward O. Wilson (1929–2021), Red Hills, Alabama, 2010. Fotografía de Beth Maynor Young.
Edward O. Wilson (1929–2021), Red Hills, Alabama, 2010. Fotografía de Beth Maynor Young.

Las investigadoras predoctorales del CREAF Olga Boet, Angham Daiyoub y los investigadores Oriol Lapiedra y Daniel Sol recuerdan el gran legado del biólogo y entomólogo Edward Osborne Wilson, fuente de inspiración para nuestro ámbito de estudio.

Los humanos tenemos una conexión innata con la naturaleza: la biofilia. Es lo que nos hace apreciar la extraordinaria diversidad de la vida y la urgencia de preservarla. Para algunos de nosotros, la biofilia también fue la razón para realizar una carrera científica en botánica, zoología o ecología E. O. Wilson –científico, escritor y apasionado naturalista– dedicó toda su vida a estudiar las hormigas. Aunque una vida entre hormigas puede parecer poco ambiciosa, Wilson no lo veía así. Consideraba que las hormigas y las termitas son “las pequeñas cosas que rigen el mundo”, al menos en el ámbito terrestre. Una sola hectárea de bosque tropical puede contener más de 500 especies de hormigas. Y todavía más impresionante es la vida social de estos insectos. Las hormigas viven en sociedades complejas donde millones de individuos trabajan coordinadamente para recoger alimentos y cuidar a las crías, como si fueran un superorganismo.

No sólo se convirtió en la principal autoridad mundial sobre hormigas, sino que produjo una serie de descubrimientos innovadores en biogeografía y sociobiología que cambiarían la forma de entender la biodiversidad.

A través de la observación y el estudio esmerado de estos pequeños animales, Wilson no sólo se convirtió en la principal autoridad mundial sobre hormigas, sino que produjo una serie de descubrimientos innovadores en biogeografía y sociobiología que cambiarían el modo de entender la biodiversidad (término del cual es su autor). El amor por la naturaleza, cuando se combina con curiosidad, creatividad y conocimiento, puede convertir pequeñas observaciones en grandes teorías. Wilson nos dejó el 26 de diciembre de 2021 a la edad de 92 años. Pero su legado estará siempre con nosotros.

Nacido en Birmingham, Alabama (EEUU), la biofilia de Wilson se desarrolló a una edad muy joven. Viviendo en el campo, le gustaba observar todo tipo de ser vivos, ya fueran mariposas, colibrís o flores, pero ciertamente tenía preferencia por los insectos, como se aprecia en su obra autobiográfica Naturalist (1994).

Fotografía vía PBS.org

«Si bien la mayoría de los niños tienen una etapa de interés por los bichos, yo nunca abandoné la mía»

E. O. Wilson

Sumergido en sus libros y teorías

Su pasión por las hormigas, tanto en lo que se refiere al comportamiento como a la evolución y la taxonomía del grupo, se plasma en tres grandes obras. ‘The Ants’ (1990) es su obra más técnica. Escrito conjuntamente con Bert Hölldobler y dirigido a una comunidad científica profesional, el libro fue considerado durante mucho tiempo el mejor tratado jamás escrito sobre estos insectos. En ‘Journey to the ants. A story of Scientific Exploration’ (1994), Wilson y Hölldobler vuelven a unirse para hacer una ofrenda a las naturalistas. A partir de sus experiencias personales, describen detalles fascinantes de cómo viven y se organizan las hormigas. Dentro de sus páginas podemos aprender cómo utilizan la comunicación química, cómo controlan la temperatura interior del nido, o cómo cohabitan con otras especies, entre otros muchos aspectos fascinantes. Su última obra, ‘Tales from the Ant World’, la escribió a los 90 años. El libro es una magnífica combinación de autobiografía y literatura de aventuras. Describe con una admirable habilidad literaria sus vivencias en países exóticos, desde Mozambique a Nueva Guinea, sin olvidar las experiencias más caseras en el jardín de casa de sus padres cuando vivía en Alabama.

La colección de insectos del Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard, donde Wilson trabajó, contiene la mayor colección de formícidos del mundo.

Como buen naturalista y científico, siempre defendió la importancia del conocimiento taxonómico de las especies, considerándolo básico para determinar y valorar la pérdida de biodiversidad. Durante su carrera, Wilson observó, recolectó y describió una gran cantidad de hormigas de todo el mundo. Actualmente, la colección de insectos del Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard, donde Wilson trabajó de conservador y como catedrático, contiene especímenes de más de 14.000 especies de hormigas, la colección de formícidos más grande del mundo.

A lo largo de su vida, Wilson recogió un montón de datos de especies y distribución de las hormigas que le ofrecieron la oportunidad de observar el funcionamiento de la naturaleza, hacerse preguntas y buscar respuestas más allá del mundo de los insectos sociales. En 1959 conoció a Robert H. MacArthur, ecólogo teórico con el que compartió sus ideas sobre la biogeografía de las islas. Wilson pensaba que eran laboratorios naturales de la biogeografía y la evolución, un sitio ideal para poner a prueba sus teorías.

Wilson pensaba que las islas eran laboratorios naturales de la biogeografía y la evolución, un sitio ideal para poner a prueba sus teorías. 

En los últimos años había recolectado datos de las hormigas de las islas de Melanesia y las compartió con MacArthur, que las representó en gráfica de curvas cruzadas de tasas de inmigración y extinción de especies, señalando un punto de equilibrio del sistema justo donde las curvas se cruzan. Ambos habían creado una teoría para explicar qué hace que algunas islas contengan más especies que otras. Después de los habituales debates que surgen en estas ocasiones dentro de la comunidad científica, MacArthur y Wilson refinaron algunos aspectos de su teoría y en 1967 la presentaron en su famoso libro ‘Theory of Island Biogeography’. Posteriormente Wilson confirmaría la teoría en un experimento en pequeños islotes de manglares en los Cayos de Florida. Aunque hoy sabemos que la teoría de la biogeografía de islas es una representación simplificada de la realidad, la teoría se considera una de las aportaciones más relevantes de este siglo en la biogeografía y la ecología de la conservación.

«Nunca hubiera imaginado que, en términos generales, lo que sugerimos en 1960 era cierto; esto es lo mejor que cualquier científico puede esperar” decía Wilson asombrado de sus resultados.

Retrato realizado por nuestro compañero de comunicación José Luis Ordóñez García en el libro ‘Ecología con números’ de los investigadores del CREAF y la UAB Josep Piñol Pascual y Jordi Martínez-Vilalta (2006).

Polémico interés por la sociobiología

Como muchos intelectuales importantes, Wilson también ha tenido a sus detractores. Entre sus ideas más controvertidas está el intento de utilizar la teoría de la evolución para explicar el comportamiento humano. En su libro ‘Sociobiology’, Wilson sugiere que los humanos no somos totalmente libres cuando tomamos decisiones; como ocurre con el color de los ojos o la altura, nuestro comportamiento social está fuertemente influido por los genes. Para algunos detractores, los argumentos de Wilson sobre las raíces genéticas de los comportamientos sociales humanos están llenos de especulaciones radicales y reflejan una ambición desmedida. Para otros, los argumentos pueden ser incluso peligrosos porque pueden servir para justificar ciertas ideologías, como el racismo o el sexismo. La libertad académica legitima a los investigadores e investigadoras para estudiar cualquier tema, aunque socialmente pueda ser sensible; pero la integridad científica pone sus límites. Y no debemos ignorar la relación de Wilson con J. Philippe Rushton, uno de los principales exponentes del racismo científico. Sin embargo, no se puede acusar abiertamente a Wilson de utilizar la ciencia para propagar ideas racistas. Él nunca argumentó que la sociobiología pudiera explicar las diferencias de comportamiento entre razas o sexos, incluso dejó claro en varias ocasiones que, en su opinión, sólo el 10% del comportamiento humano es genético y el 90% ambiental, es decir, marcado por la sociedad y su entorno. El interés de Wilson por la sociobiología humana probablemente tenía más que ver con un posicionamiento personal contra los dogmatismos. El propio Wilson siempre dijo que su auténtica motivación para hacer ciencia nunca fueron los humanos: su motivación era su pasión y admiración por las hormigas y su organización social. Pero Wilson sostenía que los humanos no deberíamos imitarlas en nada.

Uno de los padres del ecologismo moderno

En los últimos años de su vida dedicó muchos esfuerzos a concienciar a la opinión pública y a los gobernantes sobre la necesidad de proteger la biodiversidad y los servicios ecosistémicos.

Más allá de sus contribuciones y controversias, una característica definitoria del legado de Wilson es su iniciativa en la conservación de la biodiversidad, un concepto que él mismo ayudó a definir. Cuando le preguntaban sobre el tema, solía describirse a sí mismo como un naturalista «prudentemente optimista» sobre el futuro de la biodiversidad. Tenía la convicción de que la ciencia debía marcar la diferencia en la conservación de la biodiversidad. Los libros de Wilson a menudo se refieren a la conservación de la biodiversidad como nuestra «obligación moral trascendental» con el resto de formas de vida, así como con las generaciones futuras. De hecho, en los últimos años de su vida dedicó muchos esfuerzos a concienciar a la opinión pública y a los gobernantes sobre la necesidad de proteger la biodiversidad y los servicios ecosistémicos de los que todas dependemos. Esto le llevó a crear en 2016 el proyecto ‘Half-Earth‘ –presentado por primera vez en su libro Half-Earth: Our Planet’s Fight for Life’– un esfuerzo ambicioso que tiene como objetivo dedicar la mitad de la superficie de la Tierra en la preservación de la naturaleza. Y así es como Wilson puede considerarse uno de los padres del movimiento ecologista moderno.

Reconocido en Cataluña y en todo el mundo

Gracias a su celebrada carrera como entomólogo, naturalista y sociobiólogo, Wilson recibió muchos reconocimientos y premios a lo largo de su vida, entre ellos el XIX Premio Internacional Catalunya 2007 que otorga la Generalitat de Catalunya. Aprovechando su estancia en Barcelona, la Asociación Iberica de Mirmecología (AIM) le entregó su mayor reconocimiento, La hormiga de plata, a manos de su entonces presidente, Xavier Roig. A pesar de ser un premio menor, venía del colectivo del que Wilson se sentía más identificado.

Cena con motivo de la entrega del premio La hormiga de plata, con los representante de la Asociación Iberica de Mirmecología Xavier Espadeler y Apostolos Pekas (a la derecha), E. O. Wilson y Xavier Roig (a la izquierda). Fotografía de Xim Cerdá.

Más allá de su legado científico y conservacionista, Wilson es reconocido por su carrera extremadamente prolífica como divulgador científico, por la que recibió dos premios Pulitzer por On Human Nature’ (1979) y ‘The Ants’ (1991). Su forma personal de comunicar su amor por la naturaleza y su reconocimiento de la ciencia como base para apreciar y proteger la biodiversidad, ha inspirado generaciones. En su best seller ‘Letters to a young scientist’, Wilson describe su fórmula para el éxito académico: «poner la pasión antes que la formación. El resto ya vendrá».

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