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La infraestructura verde urbana: una naturaleza en maceta pequeña

Naturaleza confinada entre grandes infraestructuras en la C32, en Gavà. Fuente: ICGC.
Naturaleza confinada entre grandes infraestructuras en la C32, en Gavà. Fuente: ICGC.

La naturaleza de las ciudades es una naturaleza en maceta pequeña: frágil y particular. Su mantenimiento y naturalización plantea retos muy importantes, pero su proximidad a la ciudadanía ofrece muchas oportunidades para educar y concienciar sobre la importancia del verde urbano para la salud ambiental y de las personas, y para repensar el verde que queremos.

La primera semana de junio celebramos el Día del Medio Ambiente y la Semana de la Naturaleza, fechas señaladas para recordar que la naturaleza que nos rodea no es sólo importante para la conservación de las especies y los hábitats más amenazados, sino también para nosotros mismos. La Unión Europea empezó hace unos años a fijarse en estas necesidades y definió la infraestructura verda como «una red estratégicamente planificada de áreas naturales y seminaturales diseñadas y gestionadas por proveer un ancho espectro de servicios ecosistémicos«. Estos servicios que ofrecen los ecosistemas naturales son, por ejemplo, la purificación del agua, la calidad del aire, los espacios para el ocio y la mitigación del cambio climático. Podríamos hablar de una red verde y azul, porque está formada por espacios terrestres y acuáticos, que pueden mejorar sustancialmente las condiciones ambientales y, en consecuencia, la calidad de vida de las personas. Sin embargo, a veces nos olvidemos que más de la mitad de la población mundial actual vive en ciudades y que la naturaleza que tenemos más cerca no es la de espacios naturales muy bien conservados, sino la de las calles, plazas y parques metropolitanos. Debemos darle la importancia que se merecen. Por lo tanto, aunque la columna vertebral de la infraestructura verde europea es la Red Natura 2000, hay también que poner de relieve la infraestructura verda urbana.

La infraestructura verde urbana tiene el reto de proveer de funciones y servicios ecosistémicos una población muy numerosa, que además tiene necesidades muy diversas, al tiempo que debe velar por conservar y recuperar una biodiversidad muy deteriorada.

Según las Naciones Unidas, en 2050 más de dos terceras partes de la población mundial se concentrará en las ciudades. Sin ir más lejos, Barcelona y su área metropolitana reúnen más de un 40% de la población en menos de un 2% de Catalunya. En este escenario, la infraestructura verde urbana tiene el reto de proveer de funciones y servicios ecosistémicos una población muy numerosa, que además tiene necesidades muy diversas, al tiempo que debe velar por conservar y recuperar una biodiversidad muy deteriorada. el mismo tiempo, y combinada con el uso de las llamadas solucions basades en la natura, estrategias que responden a los retos de las ciudades de una manera más sostenible y natural, la infraestructura verde es especialmente útil para preservar y restaurar los servicios ambientales en áreas especialmente carentes de los mismos, contribuyendo así a desarrollar el plan de Infraestructura Verde de la UE.

Detalle de la canopia urbana de la Plaça de les Glòries en Barcelona. Foto: Ayuntamiento de Barcelona.
Detalle de la canopia urbana de la Plaça de les Glòries en Barcelona. Foto: Ayuntamiento de Barcelona.

De los alcorques en los parques naturales que rodean las ciudades

El concepto de infraestructura verde urbana es detrás de iniciativas como el Pla de Natura de Barcelona 2012-2030, que fue presentado en el Saló de Cent del Ayuntamiento y que toma el relevo de un Plan del Verde y la Biodiversidad finalizado en 2020 en la ciudad. Entre los diversos participantes (Mireia GascónEloi JuvillàMarc Talavera y yo mismo) surgió un concepto interesante: la infraestructura verde urbana entendida como naturaleza en maceta pequeña. Y este concepto se puede aplicar a muchas escalas: desde las jardineras y los alcorques de los árboles de la calle hasta parcas naturales como Collserola, pasando por jardines pequeños, como cualquier rotonda, y grandes, como Montjuïc. Y al mismo tiempo tiene varias implicaciones.

Los parques naturales metropolitanos, como el de Collserola, se enfrentan a grandes problemas de conectividad ecológica y de frecuentación humana.

En primer lugar, es una naturaleza frágil por la dureza de las condiciones en las que crece y por eso habrá que cuidarla especialmente. Lo saben muy bien los técnicos municipales que llevan tantos años cuidando nuestro verde urbano y seleccionando las plantas que pueden resistir mejor la falta de suelo y agua, la deposición de partículas contaminantes y el maltrato ocasional de peatones. Pero también lo saben los gestores de parques naturales metropolitanos como el de Collserola, que se enfrenta a grandes problemas de conectividad ecológica y de frecuentación humana. Esta masificación se deriva en gran parte por el confinamiento casi total del propio parque para áreas urbanas e infraestructuras y por los más de dos millones de personas que le rodean. Unas condiciones extremadamente duras que determinan, por ejemplo, que la fauna de mariposas de los parques de la ciudad y de su área metropolitana esté formada por relativamente pocas especies que son más adaptables a condiciones muy diversas, mientras que las más exigentes están ausentes. También son responsables de las dificultades que tienen algunos animales como el corzo (Capreolus capreolus) para colonizar el Parque de Collserola, cuando en el resto de la región metropolitana es ya bastante frecuente, o para mantener poblaciones precarias de carnívoros como la gineta (Genetta genetta) o el tejón (Meles meles) y aves rapaces como el azor (Accipiter gentilis).

Natura confinada a escala regional: Collserola (arriba), els Tres Turons (en medio) y Montjuic (a bajo). Fuente: ICGC.
Natura confinada a escala regional: Collserola (arriba), els Tres Turons (en medio) y Montjuic (a bajo). Fuente: ICGC.
En la planificación del verde urbano habrá que revisar algunos referentes del mundo natural, ya que probablemente son inalcanzables en un contexto metropolitano.

En segundo lugar, siempre será una naturaleza particular, no del todo natural. Aúnque el objetivo siempre debería ser lograr el verde más natural posible, la selección de las especies mejor adaptadas a las duras condiciones de la ciudad a veces nos decantará por especies o variedades de plantas no autóctonas, que pueden aportar servicios ecosistémicos parecidos a los de la vegetación autóctona. Además, en este proceso de (re)naturalización será necesario revisar algunos referentes del mundo natural -como el de la comunidad más sostenible a largo plazo o clímax-, ya que probablemente son inalcanzables en un contexto metropolitano salvo algunas situaciones muy específicas (pequeños bosques particulares o cerrados al público, mantenidos así durant décadas) como las que se han encontrado en bosques urbanos japoneses recientemente. A menudo, tendremos que ser pragmáticos y conformarnos con ecosistemas relativamente simplificados y con unas normas de funcionamiento determinadas, ligadas a las aportaciones de agua y nutrientes que reciben y la falta de grandes depredadores entre otros. Además, dominarán las especies de animales más adaptables y generalistas, mayoritariamente con una distribución bastante cosmopolita. Y esto incluye muchas especies no nativas que calificamos de invasoras y que habitualmente terminan siendo fundamentales en el mantenimiento de las relaciones tróficas de la ciudad (pensad en la carpa Cyprinus carpio o el cangrejo americano Procambarus clarkii los ríos metropolitanos). Es lo que se conoce como homogeneización biótica, un proceso especialmente propio -aunque no exclusivo- de los territorios metropolitanos y similar al que se da en el ámbito sociocultural: las ciudades del planeta se parecen cada vez más entre ellas, también en cuanto a su biodiversidad.

En cualquier caso, esta naturaleza es la más cercana para una proporción creciente de nosotros y vale la pena repensarla e incluir a las estrategias y planificación del territorio. Un gran reto, pero también una gran oportunidad. Su proximidad le da un potencial educativo enorme, en todas las dimensiones del término. Es idónea para ensayar nuevas formas de co-creación de ciencia y de conciencia ambientales, con iniciativas de ciencia ciudadana o de living-labs con los que discutir nuevas formas de gestión y de gobernanza de este verde. En un momento en que la ciencia y la gestión ambientales viven una democratización sin precedentes, la naturaleza en maceta pequeña se convierte en un magnífico banco de pruebas para saber si los modelos de vida urbanos se adaptan (o no) a los retos ambientales actuales.

Alcorque plantado con plantas arvenses en Castelldefels. Foto: Joan Pino.
Alcorque plantado con plantas arvenses en Castelldefels. Foto: Joan Pino.

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